REFLEXIONES SOBRE EL ÁUREO TIEMPO (A PROPÓSITO DEL PROFESOR GARCÍA DEL TORO)

Javier García del Toro comiendo en acabo Palos durante campaña arqueológica de las Amoladeras. Septiembre de 1976

La última vez que hablé con Javier García del Toro nos cruzamos en la calle Puerta Nueva. Él venía de la Universidad. Yo iba a ella, pero no recuerdo a qué, ni tampoco importa. Llevábamos largos años sin vernos y elogié su buen aspecto.

—Los profesores tenemos la edad que tienen los alumnos —me respondió.

Caricatura del doctor García del Toro. Obsérvese el faro de cabo Palos en la diapositiva

Cuando lo conocí él tenía 28 años y yo 17. Había cogida con celo al brazo del flexo de su mesa, allá en aquel departamento de arqueología que me era tan familiar y amigable, una nota que decía algo así como “Zeus tonante colme de bendiciones a aquel no me haga perder el áureo tiempo”. En aquellos meses le pedí prestado un libro de E. O. James que vi por encima de esa misma mesa y cuyo título,La religión del hombre prehistórico, me había parecido seductor.

-¡Coño! ¡güitres! —chilló un día de pronto.

En el centro del departamento había una gran mesa de una madera pesada donde los más adictos nos sentábamos a leer monografías y artículos. Todo en respetuoso silencio, por supuesto. Aquel día Javier (el toro, como lo llamábamos) estaba corrigiendo exámenes y puso en lo alto del cielo aquel grito porque un alumno había escrito güitres por buitres. Y no fue el único caso. En otra ocasión volvió a pillarnos desprevenidos gritando “¡Industrias lícitas!” mientras corregía el examen de un alumno que quería referirse a las industrias líticas, es decir al utillaje de piedra.

EXCAVACIÓN POR CUADRANTES DE UNA PAELLA

El periodista no sabía distinguir el neolítico del eneolítico

Mi historia personal con Javier está repleta de anécdotas. Empecé a excavar bajo su dirección en un yacimiento eneolítico o bronce I hispánico datado en la mitad del tercer milenio a JC. A eso ahora, siguiendo la moda francesa, lo llaman calcolítico (alusivo al cobre), pero conmigo que no cuenten. Para mí es y seguirá siendo siempre eneolitico, mi fase preferida de la prehistoria.

Equipo de trabajo de las excavaciones de las Amoladeras. Campaña de Semana Santa de 1976. En el centro, el autor de este artículo. Detrás Luis Miguel Moreno.

Era la semana santa de aquel mismo curso escolar en el que yo hacía primero, y el yacimiento era las Amoladeras, a la entrada de la Manga y muy cerca del chalet de su familia en Cabo Palos. En septiembre hicimos otra campaña

Luis Miguel en las Amoladeras. Campaña de septiembre de 1976

Allí mismo el Toro nos llevó a mi compañero Luis Miguel y a mí a participar en un gran experimento científico. Había descubierto en la tierra una mancha circular de color oscuro y sospechaba que podría tratarse el resto de un fuego de cabaña, un descubrimiento sin duda interesante.

El autor en las Amoladeras. Campaña de septiembre de 1976

Javier preparó la pequeña cuadrícula con primoroso cuidado y anunció que se disponía a hacer lo que llamó una excavación por cuadrantes. Después de marcar con piquetas y cordeles un cuarto de aquel círculo, como si cortáramos una porción de tarta o una ración de pizza, comenzamos con extraordinario respeto y absoluta disciplina científica, a rebajar el cuadrante, y creo recordar que hicimos algo parecido con los otros hasta completar el misterioso circulo oscuro. . El entusiasmado Javier hacia una diapositiva de cada nueva fase del trabajo con el inmejorable propósito de proporcionar al mundo un ejemplo de trabajo arqueológico realmente fino. Debo advertir en su descargo que desde el primer momento expresó su sospecha de que la enigmática mancha negra pudiera ser no el testimonio de un fuego de cabaña prehistórica, sino el de una paella cocinada en los últimos días. Los tres resolvimos la duda nada más aparecer en la tierra la primera peladura de gamba, lo que nos permitió confirmar, con toda la certeza de que es capaz la ciencia, que el hallazgo era efectivamente la prueba de una reciente paella de marisco.

Las Amoladeras. Campaña de septiembre de 1976. A la izquierda, javier García del Toro. A la derecha Luis Niguel Moreno. De espaldas y en el centro, un estudiante de quinto curso

Esta cruel realidad no desalentó a Javier, que aún así utilizó las diapositivas, creo que de forma reiterada, para exponer a sus alumnos cómo se hace una excavación por cuadrantes. Esto debió proporcionar en la Facultad una merecida fama a la paella en cuestión.

El autor en las Amoladeras. Campaña de septiembre de 1976

LA PESETA DE HIPONUBA

El autor junto a su amigo Pascual, a punto de iniciar viaje a Baena. 1 de julio de 1976
Caricatura de la doctora Muñoz

Al terminar el curso, en julio, mi compañero Luis Miguel y yo nos subimos al Renault 8 de Javier y nos dejamos transportar a Baena, en Cordoba. Allí nos esperaba una cuadrícula grande, de 14×5 me parece. Se trataba de un poblado iberorromano sobre una loma pelada y calcinada por el sol. En el evento participaban no sólo alumnos, sino también cinco arqueólogos titulados, incluyendo a la directora, la doctoraMuñoz, y continuando con Javier, Pedro Lillo, creo que también su mujer, Amparo, y un antiguo estudiante catalán de la doctora. Nos poníamos en pie a las seis para estar en el corte (así le llaman. No confundir con un corte de helado) sobre las ocho, después de cubrir algunos km en una pareja de Land rover. Esta vez nada de arenas de la Manga blanditas como el merengue: Aquello era auténtico trabajo de pico, pala y capazo.

Trabajos de excavación en Hiponuba

El yacimiento era pobre. Sólo encontrábamos cerámica basta de cocina, algo de campaniense y casi nada de terrasigilata (los iniciados sabrán a qué me refiero). A veces aparecía alguna cuenta de collar de ambar y sólo excepcionalmente una o dos monedas de bronce o cobre.

Trabajos de excavación en Hiponuba. A la izquierda, sobre el montículo, el doctor Garcia del Toro

Yo no me sentía cómodo con aquella rutina tan dura. Tras pasar hasta las tres de la tarde picando bajo el sol, volvíamos al hotel para comer y echar una siesta moderada. En seguida, sobre las cinco, nos citábamos en lo que parecía el patio abandonado de algún colegio en desuso. Allí lavábamos la cerámica encontrada por la mañana y clasificábamos los materiales. Recuerdo cómo el sol me hacía arder los gemelos cuando salía de la sombra para cruzar la calle.

Paseando por un parque en Baena. A la izquierda Pedro Lillo. En el lado opuesto, el estudiante J. Vuelve la cabeza

La directora de los trabajos era, como he dicho, la grandemente respetada doctora Ana María Muñoz Amilibia, una autoridad europea en neolítico nacida en San Sebastián y que por muchos años había sido catedrática de Arqueología en Barcelona, hasta que tuvimos el privilegio de acogerla en Murcia y de que formara aquí lo que fue una auténtica escuela.

—No tienes madera de arqueólogo —me dijo un día sin ton ni son.

Se había fijado en que a mí aquello no me divertía. Yo no sabía fingir con la habilidad de Javier, que (confesado por él) salía del paso yendo de aquí para allá con una escoba en la mano por la cuadrícula mientras fingía hacer algo.

Sí, cierto. Me aburría a morir. Y una tarde, en el patio de lavar cerámica, se me ocurrió una diablura, Saqué una peseta y le propiné unos buenos martillazos. Después arranqué algo de óxido verde de una tubería que había por allí tirada y se lo adherí con pegamento.

Teníamos un compañero, al que llamaré el estudiante J., que se ponía muy escandaloso cada vez que encontraba algo.

—Mire, Doña Ana María —decía en voz muy alta mientras se dirigía con una cuenta de collar en la mano hacia donde se encontraba la doctora—, mire lo que he encontrado.

Su actitud era muy ostensible y ligeramente cansina para todos. Tanto que había despertado en mí la intención de hacer algo al respecto. Cuando estábamos el estudiante J. y yo revisando con un triángulo de albañil la tierra que otros compañeros habían vaciado en una carretilla, dejé caer en ella la moneda falsa. Mi perversa intención era que él la descubriera y volviera a correr hacia la doctora gritando “Mire, Doña Ana María, mire lo que he encontrado!”. Y cuando ella descubriera la falsificación, todos reiríamos y J. quedaría corrido.

El plan parecía perfecto, pero se presentó un problema inesperado: El ojo certero del estudiante J. no veía la moneda incluso a pesar de que yo no hacía más que empujarla y moverla con mi triángulo delante de sus narices. Todo parecía perdido. Entonces, a la desesperada, le dije:

—¿Eso no parece una moneda?

J. Por fin la vio. Entonces fui yo quien, para salvar la situación, grité:

—¡J. Ha encontrado una moneda!

¿Qué creéis que pasó? De forma muy honesta, el estudiante J. me corrigió.

—No… Ha sido Ortega el que la ha encontrado.

Ahora sí que me había caído con todo el equipo. En cuanto la doctora comprobara el engaño sería yo, y no el estudiante J., el que quedara como un imbécil. Eso o confesar que se trataba de una moneda de curso legal debidamente tuneada por mí, lo que era aún peor.

Dejé que L., de todos modos, avanzara hacia la doctora portando la moneda. En el centro de la cuadrícula se formó un corrillo expectante. Apareció Javier y tomó en sus manos el pequeño objeto.

—¿Pues sabes qué te digo? —exclamó, con suficiencia— ¡Que es de oro!

El clamor de admiración que siguió fue para recordar.

La doctora Muñoz se abrió paso y examinó el hallazgo.

—Javier, esto es una peseta —dijo.

Esta historia fue muy recordada en los años siguientes y se convirtió en un clásico hasta el punto de que llegué a dibujar un cómic alusivo. Y aunque debería conservarlo al menos en fotocopia porque el original se lo di al protagonista, no lo he vuelto a ver y por lo tanto no lo puedo poner aquí, como me habría gustado.

EN LA CUEVA DE LOS MEJILLONES

Javier con Luis Miguel en la cueva de los mejillones

El equipo arqueológico habitual (Javier, Luis Miguel y yo mismo) se subió un día a un monte en la sierra de Cartagena para introducirse en una cueva paleolítica llamada no sé por qué la cueva de los mejillones. Por aquellos días yo había leído aquel libro de Benitez sobre la gliptoteca de Perú. Se trataba de un conjunto de miles de piedras grabadas a las que había tenido acceso un facultativo local llamado el doctor Cabrera. Las piedras mostraban insólitas imágenes de hombres conviviendo con dinosaurios y manipulando lo que parecían cacharros de alta tecnología, aunque eso era imposible puesto que humanos y dinosaurios vivieron en momentos muy alejados de la historia, pero Benítez aseguraba que la falsificación quedaba excluida por la simple razón de que eran miles las piezas aparecidas.

El autor en la cueva de los mejillones

Cogí un canto rodado pequeño de color claro. Lo pinté de negro. Después empuñé un compás y con la aguja comencé a arañar la pintura dibujando dinosaurios y humanos en la misma escena. Llevaba la nueva falsificación en un bolsillo del mono gris que vestía ese día. Era, dicho sea de paso, de mi padre. El que usaba en la ENM para la instrucción militar.

El autor en la cueva de los mejillones

Dejé caer la piedra por allí y me las arreglé para que Javier la encontrara. Naturalmente no le gustó. Ya estaba empezando a cansarse de mis bromas. Al contrario que yo, que cada día me divertía más.

SORPRESA EN ALMENDRICOS

Cista de la necrópolis del Rincón. Almendricos

La necrópolis del Rincón es un yacimiento argárico (bronce II hispánico, mitad del segundo milenio a JC) con enterramientos en cista ( cajas rectangulares de lajas de pizarra) en cuyo interior los cuerpos se encontraban en posición fetal y acompañados de ajuar funerario.

El equipo de excavadores de Almendricos. Sobre el vehículo José Felix y Julio. Tras él, José Miguel. . Abajo, de izquierda a derecha, el autor, otro Julio, Sacramento, Ángel, Miguel Ángel y Javier García del Toro

La excavación la dirigía Javier y estaba también presente Manuela Ayala, arqueóloga experta en argarico. Estábamos alojados en un hotel de Puerto Lumbreras donde compartía habitación con mi buen amigo José Miguel, que andando el tiempo se convertiría en director del museo arqueológico de Murcia. Las comidas las hacíamos en una fonda de la cercana aldea de Almendricos y al salir de una de estas comidas pasé junto a los muros ruinosos de una antigua vivienda. En su interior, abandonado en el suelo, distinguí un objeto que llamó mi atención. Era una sección de estalactita (o estalagmita, vete a saber). Lo recogí sin saber por qué y lo llevé conmigo.

El autor picando en Almendricos

Para garantizar la seguridad del yacimiento, cada noche montábamos guardia por parejas y en vez de ir al hotel la pareja a cargo se quedaba a dormir en una tienda de campaña. Para esas fechas confieso que me había convertido en un adicto peligroso a las falsificaciones y no desaproveché la ocasión. Me había tocado a guardia con José Miguel y ya no recuerdo cómo conseguí convencer a un hombre tan recto de que lo que me proponía hacer aquella noche tenía sentido o era disculpable. El caso es que piqué un poco en la tierra y metí la sección de estalagmita en el agujero. Después lo cubrí y sin ningún escrúpulo ni remordimiento me fui a dormir preparándome para el teatro del día siguiente.

El autor

Por la mañana fingí que estaba cavando en ese mismo sitio y cuando ya se entreveía la estalagmita llamé la atención de los demás. Al instante apareció mi buena Manuela para desenterrar el objeto en cuestión. Como parecía muy interesada en él, aproveché para tirarle de la lengua.

—¿Qué nuevas teorías puede promover este hallazgo? —pregunté.

—Nuevas teorías no, pero confirma lo que ya sospechábamos —fue su respuesta.

—¿El qué?

—Que eran mineros.

Un rato más tarde, imagino que espantado ante lo lejos que había ido la trola y supongo que preocupado ante la posibilidad de que Manuela no incluyera la aquella cosa en alguna publicación científica y mí estalagmita se convirtiera en un nuevo cráneo de Piltdown, canté la gallina voluntariamente.

Una interesante publicación de Manuela que recomiendo

El cráneo de Piltdown es una de las falsificaciones más famosas de la historia de la arqueología. En plena efervescencia de la búsqueda del eslabón perdido, a algún idiota ilustrado se le ocurrió acoplar una mandíbula de chimpancé a un cráneo humano, lo que mantuvo mareados a los sabios durante un tiempo, hasta que se descubrió la gracia.

El abate Breuil, reconocido pionero de los estudios prehistóricos, dirigiéndose en sueños a Javier García del Toro

Durante la comida, y de forma juiciosa, un Javier García del Toro muy enfadado anunció que a la siguiente broma me expulsaría de la excavación. No ya porque estuviera cansado de mis salidas de tono, sino por razones puramente prácticas. En el curso de esa misma mañana había aparecido un anillo metálico en el fondo de una tumba. Como todos los de la época, no era más que un hilo de bronce arrollado, y ya no estaba seguro de si era auténtico o se trataba de una nueva falsificación mía.

LOS ÚLTIMOS AÑOS

Javier alcanzó cierta relevancia en los medios de comunicación. Participó en uno de los debates de la Clave, aquel estupendo programa informativo conducido por José Luis Balbín. Y después se convirtió en colaborador habitual del periódico. Supongo que de la Verdad de Murcia. Allí escribía artículos breves sobre temas de patrimonio artístico y como sabía de mi afición al dibujo y era consciente de que su cara me la sabía de memoria y era capaz de reproducirla en papel con cuatro trazos, cuando yo ya estaba despegado de todo esto y vivía en Valencia me propuso y acepté, hacer una caricatura suya caracterizado con un atavío de la edad antigua relacionado con el contenido de su artículo. Si hablaba sobre Roma, lo dibujaría como centurión. Si de Grecia, como griego coronado de laurel, y así sucesivamente. Pero una vez más no conservo copia de esos trabajos. Sí de otros que hice por simple diversión.

Los doctores García del Toro, Conde Guerri y Muñoz Amilibia

Había dibujado también, para sus publicaciones científicas, todas y cada una de las piezas encontradas en las Amoladeras. Aún hoy, sí pasáis por el museo arqueológico de Cartagena, podréis ver en la vitrina dedicada a ese yacimiento unas cuantas puntas de flecha que no sólo dibujé, sino que también rescaté con mis manos del abismo de los milenios.

En sus últimos tiempos, mi amigo y maestro se había entregado al activismo de protección del patrimonio, y de hecho en su perfil de Facebook aparecía con un megáfono en la mano. Lo tuve agregado durante un tiempo, pero su comportamiento allí era algo errático, o así me lo parecía. Le escribía por privado sin obtener respuesta y publicaba en su muro los las fotografías que él mismo con tanto primor solía preparar de las piezas halladas en las excavaciones, pero no reaccionaba. El único comentario de su parte que llegué a leer fue su afectuoso reproche de haberme convertido en traidor al abandonar la arqueología para entregarme a la práctica del derecho.

Sí, sí… La doctora Muñoz estaba en lo cierto: Yo no tenía madera de arqueólogo. Por otro lado, también la vida se ocupó de cerrarme todos los caminos que conducían a eso, y de empujarme a una actividad muy distinta, centrada en la defensa de los débiles y desamparados, pero ésa es otra historia que ahora no viene a cuento.

El pasado mes de diciembre Luis Miguel me informó de la muerte de nuestro querido maestro, amigo y compañero de tantas aventuras. El maestro, amigo y compañero de aventuras a quien el áureo tiempo se le había acabado. Pero él no lo malgastó. Exprimió con entusiasmo cada minuto de subida para transmitirnos todos esos conocimientos que él iba a buscar a las cuevas, en el interior de las rumbas y por entre los pedruscos ardientes.

Luis Miguel y yo somos los únicos supervivientes de esta historia. Ya no están con nosotros n Javier, ni Manuela Ayala, ni la doctora Muñoz, ni Pedro Lillo.

Conservo en mi memoria la imagen de una pareja de arqueólogos que aparecían por el departamento ya entrada la tarde y casi noche, cubiertos de polvo porque venían de excavar una cueva sepulcral del eneolitico en Fortuna. Puede ser la Cueva Negra pero no estoy seguro. Yo sólo recuerdo a aquellos dos hombres entusiastas en sus mejores años, dando toda su energía a la causa de la ciencia: Xavier Rafael García del Toro y Pedro Lillo Carpio, que ya están disfrutando del Elisio junto con Manuela y la doctora Muñoz.

—La religión es un asidero —me dijo un día Javier en la barra de un bar del camino, cuando volvíamos de las Amoladeras en su R-8.

No sé si con eso me quería decir que no creía en nada, pero la realidad es independiente de nuestras opiniones o creencias. Y mi creencia es que el querido maestro, amigo y compañero de aventuras ya no necesita el megáfono, ni el Renault 8, ni el envoltorio físico, ni siquiera el áureo tiempo. Ahora puede disponer, o así lo deseo, de la áurea eternidad.

BALADA TRISTE DE LOS COCEDORES

Hace mucho, mucho tiempo se celebró en la escuela de FP de Aguilas un debate sobre la posible urbanización de Cuatro Calas, que agrupa las de la Carolina, la Higuerica, los Cocedores, y una más que no recuerdo, quizá Mátalentisco.

El abogado con el que tenía la desgracia de trabajar entonces me pidió formar parte de la mesa, en la que estarían él y algunas otras personas, entre ellas el concejal de urbanismo. Cuando la sala estaba llena me animó a caminar junto a él hasta la mesa en cuestión, pero no lo hice. Yo tenía 24 años y mi preocupación por el medio ambiente no era ningún secreto, pero no conocía la política local y la discusión estaba destinada a ir de eso. No sé y nunca sabré si la insistencia del abogado fue un intento de dejarme mal, puesto que considerando lo que allí se tenía que discutir, era muy probable que me hubiera convertido en un polemista mudo. Lo digo porque en aquellas fechas lo había sorprendido hablándole de mí al juez, y no muy bien. Lo escuché por la ventana mientras estaba a punto de entrar en el juzgado. Le estaba diciendo, y era falso, que yo le había confesado haber llegado tarde a no sé qué comparecencia o no sé qué invento porque me había quedado dormido. Por razones que no vienen al caso, él estaba interesado en que yo proyectara la imagen de un joven incompetente porque su propósito era expulsarme del pueblo. Y efectivamente me fui. Sólo gracias a ese cambio de escenario mi vida profesional adquirió cierta relevancia.

El desarrollo de los debates efectivamente confirmó como un acierto mi decisión de quedarme a escuchar como público, porque todo lo que se habló fue sobre constructores, promotores y políticos de la localidad a los que no conocía. Las leyes de protección del medio ambiente, que sí me eran familiares, ni siquiera salieron a relucir y sentí un gran alivio por haberme librado del ridículo de convertirme en el monigote silencioso de la reunión. Aquel hombre que con tanta saña había vertido basura sobre mí en el despacho del juez y en privado, creo que se quedó con las ganas de despedazarme en público y sin tener que decir una sola palabra desfavorable sobre mí.

De la conversación sólo recuerdo que el proyecto quería promoverlo un grupo de cuarenta ciudadanos de Aguilas entre los que curiosamente se encontraba el propio concejal de urbanismo. Cuando alguien del público le preguntó si la iniciativa no era incompatible con su cargo, respondió que no, porque él estaba en el asunto como ciudadano y no como concejal (😳).

Cala de los Cocedores

El caso es que el entorno de las cuatro calas es un paraíso natural y en esa época era (y sigue siendo) un símbolo de las delicias naturales, especialmente los Cocedores. El terreno es de arenisca arcillosa, donde la erosión ha generado formas extrañas y donde los antiguos excavaron cuevas artificiales con habitaciones, pasillos y ventanas valiéndose sólo de un cuchillo. Pero entre la Carolina y los Cocedores se interpone un macizo duro de origen volcánico llamado el Cabezo Negro. La joven madrileña de la que me había enamorado en uno de aquellos veranos llamaba “la cornisa” al espacio horizontal y rocoso que había a su pie. Ella solía visitarlo y yo también. En invierno, cuando el lugar permanecía desierto, agarraba el coche y me ponía a deambular por la cornisa en busca de cangrejos, caracoles y lapas.

Los Cocedores

Fue los Cocedores la primera playa que visité durante mi primer verano en Aguilas. Quizá por eso, cuando practicaba el savasana o postura en yoga llamada “del cuerpo muerto” y, tras relajar todos los músculos, y dejaba mi mente volar hacia el lugar donde me encontrase más sereno y feliz, me imaginaba bajo el sol de los Cocedores.

Y como desde el principio fui seducido por el paisaje de Aguilas y recibí inspiración de él, no tardé mucho en escribir un guion de cine llamado Reencuentro, en el que las cuevas artificiales de los Cocedores son localizaciones muy principales. Poco después elegí una de esas cuevas para la grabación de mi mediometraje El viaje, donde Juana Ruano consintió en hacer el papel de bruja que inicia a la protagonista en los misterios. Más tarde situé en esas mismas cuevas el decorado de mi novela La piedra resplandeciente, sobre la Edad del Bronce en Aguilas, y también elegí el paraje para grabar algunas secuencias de mi serie documental sobre prehistoria Génesis.

Cuevas artificiales de los Cocedores

En los tiempos en los que vivía aquí, visitaba constantemente la cala y una vez, junto a mis amigos J.M.y E., me decidí a limpiar las cuevas despejándolas de los frondosos arbustos que dificultaban su acceso. Tras la sudada mañanera vino un baño más que reconfortante en esas mismas aguas.

El autor de este artículo dispuesto a meterle mano a un arbusto

Me sorprendió, pero consideré un acierto casi mágico, que la película Camino asignara a los Cocedores un papel simbólico de tan alta importancia. En esa historia, mi playa se identifica con un estado emocional perfecto y se nos propone como la idealidad, de igual forma que yo utilizaba el entorno para situarme mentalmente en él durante el savasana buscando la beatitud.

J.M. y E. en tareas de limpieza

Hubo uno o dos veranos en los que el entusiasmo popular se desbordó de forma no muy conveniente y los alrededores de la Carolina y los Cocedores se llenaron de tiendas de campaña de tamaño familiar hasta el extremo de confundirse con un campamento de refugiados insalubre. Por suerte no duró.

Desde el interior de una de las cuevas en diciembre de 2020

Ayer he vuelto después de mucho tiempo. Tenía la intención de grabar algunos pasajes de vídeo para un book trailer sobre la Piedra Resplandeciente, pero no he podido. Cerca de cien autocaravanas formaban un nuevo campamento fuera de control en la trasera de los Cocedores y sobre la pequeña meseta que domina la Carolina. Niños rubios montaban en bicicleta y gritaban en inglés, francés y alemán. Uno ha estado cerca de arrollarme mientras conducía mirando atrás para grabar a sus pequeños amigos con una gopro.

Campamento de autocaravanas

Cuando vas en busca de tus recuerdos y estás impaciente por recuperar el antiguo bienestar, cuando esperas reencontrarte con esa soledad silenciosa tan añorada, cuando te has plantado en el viejo lugar convencido de que la historia es entre el lugar y tú, entre el paisaje y tú, entre el mar y tú, y te encuentras con esa aldea sobre ruedas, sientes que te han robado algo.

Campamento de autocaravanas

Cierto, la urbanización de Cuatro Calas nunca se convirtió en realidad. El peligro pasó, pero el lugar ha sido igualmente privatizado y me he sentido como un extraño, un hombre blanco que penetrara sin permiso en una reserva Sioux.

Esta situación, no obstante, ya la adelantó Nietzsche cuando escribió, como para burlarse un poco, que el poeta cree que la naturaleza está enamorada de él.

LA CASA

No recuerdo bien cómo descubrí la casa, quizá durante un paseo en bici que sí recuerdo junto a mi amiga Inma y a mi amigo Eusebio, dos solitarios como yo.

Aquellos tres solitarios dimos pedales hasta la aldea del Cocón y supongo que fue allí donde hice mi descubrimiento. Supongo que aquello que vi despertó mi curiosidad al extremo de volver, esta vez sin bici y sin compañía, porque entre esa casa y yo había nacido algo. Y aunque entonces no lo sabía, ella me iba a hacer un gran regalo.

Se trataba de un caserón enorme que tenía delante un árbol seco, me parece. Enorme pero no precisamente sombrío. La fachada, pintada o encalada, era blanca. Me aventuré en en el interior para encontrar salones, dormitorios y una cocina con ventanas enmarcadas de madera verde. Una escalera conducía a un espacio grande que podía ser un granero, pero no lo recuerdo bien.

Acababa, sí, de encontrar un tesoro. El recinto no era de oro ni de plata como suele suceder en el cuento popular, sino de ladrillo. Pero era un tesoro.

Hoy me he dado cuenta de que lo que viví tantos años atrás tiene todo el parecido imaginable con la aventura del héroe del cuento maravilloso, ese joven que supera el miedo para iniciar un viaje lleno de peligros hacia un reino encantado que en realidad es una imagen simbólica del más allá. Leed el cuento Blancaflor, la hija del diablo y comprobaréis su semejanza con el mito que cuenta Apolonio de Rodas en Las argonauticas. En el cuento, Blancaflor es efectivamente la hija del diablo y ayuda a escapar al héroe. En el mito, Jasón de interna en los dominios del rey Eetes y su hija, Medea, le ayuda a escapar con el vellocino de oro.

Bruno Bettelheim escribió que en el cuento maravilloso el héroe que visita el castillo y consigue a la princesa que allí habita es una imagen del joven que alcanza lo que él llama la madurez psicosocial.

He reparado en todo esto hoy por primera vez, cuando he regresado a aquel paraje para buscar la casa. Y he reparado en que, como el héroe del cuento, también yo encontré allí a mi princesa, aquella mujer de ensueño cuya belleza incomprensible llevaba locos a todos los tíos de Aguilas. Y si considero además que fue a esa mujer de ensueño a la que entregué mi virginidad, quizá esto sea un ejemplo vivo de aquello que escribió Bruno Bettelheim, porque se podría decir que con ella alcance la madurez.

La casa no está ya donde la dejé. Picachos escarpados hacia el sur, éstos sí sombríos, es todo lo que he encontrado. Pero no la casa. Ella vive ahora sólo en el pozo profundo de mi memoria.

He contado la historia de la casa y de la dulce muchacha en un artículo anterior

YO TENÍA UNA CASA EN ÁGUILAS

Ya no existe el bar Lucero. En su lugar han puesto algo llamado la Máquina. Ya no existe el Baladre. En su lugar pusieron otro algo llamado la Regordeta, y después de eso nada. Ya no existe el Andaluz, con sus pulpos secándose al sol en el porche. En la Máquina han despedido a los camareros que conocí. Echo de menos especialmente a María, que ni siquiera me preguntaba lo que iba a comer porque no le hacía falta. Ya no está Manolo, ese cajero del supermercado flaco, nervudo y servicial. Pero sobre todo y por encima de todo ya no está mi amigo Tomás Consentino, que cruzó el umbral en el triste verano de 2022. Y sobre todo y por encima de todo ya no está Alfonso, aquel camarada de los tiempos antiguos con el que tuve la alegría de reencontrarme para pocos meses después sentir el pesar de su muerte repentina.

“¿Cómo se puede vivir sin esto?”, me pregunté en voz alta en la Regordeta, en presencia de mi amiga C.P.S. y de un calamar a la plancha (por ese orden). El comentario me lo había sugerido la insolente belleza del sol arrancando fuego y luz en las aguas de la bahía.

Hoy he vuelto a experimentar esa misma sensación y me he hecho la misma pregunta, aunque sólo en mi mente. A las diez de la mañana café y tostada en la terraza Delicias. He bajado las escaleras del cabezo como en un ritual porque sabía que abajo me esperaba la fuerza irresistible de aquel paseo de Parra donde tan intensos años viví cuando era estudiante universitario. Aquel lugar al que quería y necesitaba volver.

Ni una raya en el cielo limpio. Sólo gaviotas y nubes pequeñas de algodón. El frío nada tenía de áspero. Al contrario, era agradable y vitalizante. La mesita bajo el sol y frente a ese mar dorado, o plateado más bien. Y al llegar abajo he vuelto a vivir esa sensación de estar caminando por el borde que separa la civilización de la naturaleza, porque a la vista de la bahía tenemos un pie en el orden de la ciudad y otro en la insuperable pujanza del mundo salvaje. Ese territorio incierto y poderoso que los sumerios llamaban el Kur.

Todo, todo continuará cambiando. Los bares cerrarán y abrirán otros. Los camareros y vendedores con los que e estábamos compenetrados se perderán de vista. Los queridos amigos irán uno por uno cruzando el umbral. Y nosotros también dejaremos el envoltorio de carne y huesos para volar a donde sea. Pero el invencible esplendor de esta ciudad, de estos peñones y de este mar vivirá para siempre porque es inmutable.

EL VIAJE DEL HÉROE

@abogadodelmar

Hice esta conferencia hace años y en un entorno hostil, casi de acoso, que no debo explicar aquí (ni allí). En el inicio de mi intervención lancé al público una pregunta trampa porque todos están convencidos de que la fruta que Eva ofreció a Adán fue una manzana, pero la Biblia no dice qué fruta era. Lo que sucede es que en el inconsciente colectivo la manzana es un símbolo universalmente vinculado a la inmortalidad, y hoy la manzana de Eva se ha transformado en un símbolo tan extendido como erróneo.

Recuerdo que en el Edén había no uno sino dos árboles prohibidos. La fruta de uno de ellos (el árbol de la ciencia del bien y del mal) confería el conocimiento pero la del otro otorgaba la inmortalidad. Aquel Dios celoso, como cuento en mi novela El árbol de la vida, no quería que el hombre fuese inmortal y por eso prohibió que tomase la fruta del conocimiento “no sea que coma del árbol de la vida y viva para siempre”.

Alguien entre el público contestó que aquella fruta era la manzana.

—Ni era una manzana ni es probable que fuera una manzana —respondí, me parece.

Pero lo que realmente quise decir es “ni era una manzana ni el Génesis dice que fuera una manzana”.

Bueno, da igual. Lo importante de esta conferencia no es la manzana sino Bruno Bettelheim, a quien todos los psicólogos deberían estudiar. No se disipa de mi memoria la fortísima impresión que me causó, cuando aún estaba en la Universidad, la lectura de su libro The uses of enchantment. Lo había comprado en la librería Antaño, en la calle Puerta Nueva (Murcia, por supuesto). Solía leerlo mientras tomaba en las mañanas soleadas de aquel otoño un vaso pequeño de vino blanco y una tapita de ese ese placer desconocido para la mayoría que es el pulpo puesto a secar y después asado en la plancha. Los hacían en un bar muy de pueblo que entonces había en La Colonia, en Águilas. Se llamaba El andaluz y tenía una terraza con cinco medas, modesta pero ideal para personas poco amantes de los lujos como yo. Aquel viejo entrañable de la boina y las gafas de vidrios gruesos y montura de pasta tenía siempre cuatro o cinco pulpos colgando de la cubierta y secándose.

Todos los laceres imaginables se concentraban en mí durante aquellas lecturas: El placer del conocimiento, el placer del pulpo, el placer del sol y el placer de estar en una tierra sagrada y mágica es Águilas.

Para ese momento yo ya había hecho una recopilación de cuentos populares que poco después presentaría como ponencia en el primer congreso de Antropología Cultural del Sureste, y algo más tarde publicó la Universidad de Murcia. Quiere esto decir que tenía roce con la materia, pero eso no hizo más que multiplicar por diez mil la profunda admiración que llegué a sentir por este autor al comprender su enfoque científico. Un enfoque en el que el viaje del héroe del cuento no es un trayecto en el espacio desde A hasta B, sino un viaje en el tiempo desde la adolescencia hasta la madurez. Creo que todos los psicólogos clínicos deberían conocer su obra porque no sólo es un caso único de genialidad científica sino también una herramienta que considero útil para sus tratamientos.

HACIA EL REINO DE LOS MUERTOS

Introducción del libro Una topografía del más allá, próximamente disponible

INTRODUCCIÓN 2024

Este trabajo estaba destinado a ser mi tesis doctoral en Historia Antigua – Arqueología, pero nunca llegué a cerrarlo y mucho menos a exponerlo ante un tribunal. Llevaba desde los dieciocho años tomando notas sobre las ideas de ultratumba del hombre prehistórico y consignándolas en fichas de cartulina, que es lo que había entonces. En 1990 decidí utilizar esos materiales para redactar un trabajo que describiera el camino que debe seguir el alma del difunto para alcanzar el paraíso. No en un área cultural determinada, sino en un sustrato común y anterior, algo en cuya existencia no creen los académicos.

Mircea Eliade

Durante mis años de Universidad había tenido la dicha de descubrir a Mircea Eliade, el indiscutible padre de la Historia de las Religiones. Recuerdo el momento en el que vi en un escaparate y compré los dos volúmenes de su Tratado de Historia de las Religiones, editado por Cristiandad. Fue una tarde de sol en la librería diocesana, situada junto al rectorado de la Universidad de Murcia y supe que lo que acababa de hacer mío era un tesoro. Del espíritu, sí, pero un tesoro.

M. Eliade investigaba y divulgaba desde la atalaya de su vasta erudición y por lo tanto en su obra el desarrollo de cada concepto encuentra apoyo en diversas culturas, no sólo en una. Él no estudia ni los mitos griegos ni los mesopotamicos, sino símbolos universales incorporados a todas las mitologías, o a muchas.

Extasiado como estaba por esas lecturas, me dejé llevar por una especie de inercia intelectual y procuré aplicar el mismo método en mi tesis de licenciatura bajo el título ¿Quién es tu nombre? Aproximación a la magia de los nombres personales. Yo entonces tenía ya 32 años y había pasado muchos lejos de la Universidad, pero echaba de menos el estudio, así que me matriculé en cursos de doctorado diez años después de obtener la licenciatura.

El tribunal estaba formado por dos asiriólogos y un catedrático de Historia Antigua, que era a la vez el director de la tesis (tesina, se solía llamar a eso). Uno de los los primeros se me lanzó pronto a la yugular, aunque afortunadamente de manera figurada. Mi trabajo se refería al concepto del nombre-alma y fui atacado en parte por exponer mis ideas como lo habría hecho mi ídolo rumano, M. Eliade. Teniendo en cuenta que no era aconsejable entablar con una discusión con aquel señor, mientras escuchaba sus diatribas me dediqué a limpiarme las gafas con un pañuelo, mirando repetidamente a través de las lentes para verificar los avances de la empresa. Era mi forma de darle a entender que sus mordiscos no me amedrentaban, si bien recuerdo que en algún momento le pregunté por qué Mircea Eliade podía hacerlo y yo no. Literalmente y con ese descaro. No recuerdo que me contestara, quizá porque aquello le pareció la respuesta de un alumno insensato que en el colmo de la arrogancia osaba compararse con el gran maestro.

Aunque las discrepancia se resolvió pacíficamente y el trabajo obtuvo la máxima calificación, el episodio me hizo entender las reglas del mundo académico. En la teoría una tesis de licenciatura o de doctorado son o deben ser trabajos de investigación, pero en la práctica universitaria que conozco son todo lo contrario. Por lo que he visto, ese tipo de trabajos debe cumplir principalmente el requisito de aburrir a las moscas. Sé, por ejemplo, de alguna tesis cuyo contenido se limitaba a un compendio de bibliografía. Por lo que he entendido puedes investigar, sí, pero poco, dentro de unos límites reducidos y sólo para fabricar los ladrillos de un edificio que será construido por las autoridades.

Mi profesor y amigo, desgraciadamente desaparecido Javier García del Toro dedicó su tesis de licenciatura a un catálogo de los materiales líticos de superficie del yacimiento eneolitico de las Amoladeras, en cabo Palos. Me contaba su frustración cuando el director del trabajo, el famoso Gratiniano Nieto, le prohibió añadir un capítulo final sobre conclusiones relativas a los hábitos de vida del poblado. Al parecer le dijo que eso no era científico y que la arqueología debía limitarse a registrar los restos materiales. Es decir, que la constatación de que una lasca de silex es de color caramelo es perfectamente científica porque la lasca de sílex es efectivamente de olor caramelo, aunque eso no nos ayude a saber más de la vida del hombre que hizo aquella lasca de sílex de color caramelo al entrechocar dos piezas del ismo material y color Quienes tienen autoridad para recopilar esos ladrillos y elaborar con ellos la catedral de la ciencia son los catedráticos y los autores reconocidos, lo que no significa que los resultados sean satisfactorios, como veremos.

Lo que hace todo alumno decente de doctorado es proponer con la debida humildad a su futuro director de tesis uno o dos temas y seguidamente someterse a sus directrices. Yo, cuando resolví escribir mi tesis doctoral, no hice nada de eso. Desde el principio titulé mi futuro trabajo Una topografía del más allá y me puse a redactarlo. Debo decir que aquellos años fueron para mi de una delicia tan extraordinaria que explicarla con palabras resulta un desafío imposible. Me sentía como el explorador que pisa por vez primera un territorio conocido. Y lo mismo que un explorador, en esos años descubrí lo que nadie había descubierto y comprendí lo nadie había sido capaz de comprender, ni siquiera los grandes maestros y las autoridades indiscutibles. O más bien debería decir que comencé a sumergirme en el delicioso e impagable mundo del conocimiento y el descubrimiento. Cada tecla que oprimía en el teclado de aquel viejo ordenador XT con armadura de hierro que pesaba como una vaca, cada línea que completaba en aquel monitor primitivo de fósforo verde, me impulsaba más y más a lo alto, como si iniciara un silencioso vuelo sin motor. Aquellos meses los viví tan extasiado que creía no tocar el suelo al caminar. Era como si levitara.

Soy consciente de que esto suena pretencioso hasta el extremo de causar rechazo llegado el caso. Pero es que yo tengo un secreto y ese secreto es mi método. Ya tuve ocasión de exponerlo en la ponencia que presenté en el I congreso de etnología del campo de Cartagena, celebrado en la primavera de 2003, me parece.

El problema de la ciencia académica es lo que Ortega denominaba la barbarie del especialísimo, es decir que la ultraespecialización puede llegar a convertirse en la negación misma del conocimiento. En aquella ponencia, si no recuerdo mal, puse como ejemplo la incomprensible miopía de los antropólogos relativa al cuento popular. En mi Universidad de Murcia, y supongo que en todas, dentro del desastroso esquema de la compartimentación de las ciencias, el cuento popular ha sido adjudicado al departamento de filología hispánica porque en los cuentos, quienes deciden sobre esto no son capaces de ver más que un género literario, por lo demás un género literario menor. Su contenido no parece importarle a nadie. Pero el cuento popular, especialmente el llamado cuento maravilloso (es decir, el que describe el viaje del héroe hacia el reino encantado) es un río de información antropológica que sólo puedo calificar de milagro, porque el éstos relatos de se originaron en la prehistoria y nos informan de la concepción del mundo de sus autores. Es decir, que nos describen lo que Lucien Levy Brhul llamó el alma primitiva y nos explican todo aquello que Gratiniano Nieto prohibió explicar a mi profesor, maestro y amigo Javier García del Toro.

El cuento maravilloso conforma entonces todo ese contenido espiritual que personalmente tanto había echado de menos cuando participaba en las campañas de excavaciones. “No tienes madera de arqueólogo”, me había reprochado la gran catedrática de prehistoria Ana María Muñoz mientras picábamos de lo lindo aquel verano, abrasados por el sol, en una cuadrícula de 14 x 6 metros en Baena. Yo acababa de terminar primero de Historia y efectivamente la doctora tenía razón porque como en otras excavaciones allí, en el poblado iberorromano de Hiponuba, faltaba el alma. Cuentas de collar, cerámica de cocina y alguna moneda de bronce despistada era todo lo que daba aquel huerto. No recuerdo nada de terrasigilata o de campaniense, aunque puede fallarme la memoria.

Sí, el cuento popular se originó en la remota prehistoria, efectivamente. Pero no en el neolítico, como afirma Vladimir Propp, sino en las lejanas nieblas del paleolítico. Así lo demuestra un cuento muy revelador de los recogidos por Afanasiev en Siberia. Una muchacha llamada Basilisa acude a la bruja Yagá para pedirle una brasa porque en su casa el fuego se ha apagado. La aparente trivialidad del motivo no debe impedirnos captar lo que se nos está diciendo: Que en la época en la que nació el cuento, sólo los brujos conocían el secreto de cómo hacer fuego. Y esto nos remonta a una fase realmente temprana de nuestra historia. Es para mí realmente incomprensible por qué razón el gran Vladimir Propp, cuya autoridad en el cuento popular es tan indiscutible como la de Mircea Eliade en Historia de las Religiones, se empeña en situar en el neolítico el origen de los cuentos, cuando él trabajó principalmente con la colección de Afanasiev.

Para que os hagáis una idea de la cronología implicada, el neolítico más antiguo es el documentado en el nivel natufiense del tell de Jericó (circa 8.000 a JC), mientras que el primer fuego que conocemos lo manejó el Sinanthropus pekinensis, que era un pitecantrópido. Es decir, que vivió incluso antes de la aparición del hombre de Cromagnon. Aunque admitamos que su fuego pudo proceder de un rayo, los iniciados aprendieron a controlarlo en momentos desconocidos pero remotos. Y aquí ya tenéis una primicia de lo que promete ser este trabajo: Un aficionado llevando la contraria a los maestros y las autoridades.

Creo, en fin, que ese intento frustrado de tesis doctoral fue mi venganza contra la aridez de la Arqueología, o si se quiere constituyó mi camino al espíritu y al pensamiento del hombre prehistórico.

En 1993 remití un primer borrador de 500 folios repartidos en tres volúmenes a aquel catedrático tan recto, tan estricto, tan riguroso y que tanta fe tenía en mí. Recuerdo mi decepción al abrir el sobre de vuelta y comprobar su rechazo. Estaba sentado a mi mesa, en el bufete que acababa de abrir en la calle Garrigues de Valencia, y siquiera le presté la atención debida a sus numerosos tachones, subrayados y notas de reprobación. Y fue el fin. En esa época estaba empezando a meterme en el cine y pese a mi juventud, no podía gestionar al mismo tiempo tantas cosas y tan desiguales como eran el despacho, las películas y la tesis.

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Los dos volúmenes rescatados

Pasó toda una vida hasta que creí llegado el momento de retomar el trabajo y sacarlo como libro al margen de la Universidad. La revision del viejo manuscrito se volvió tediosa porque el rigor científico de lo que iba a ser un trabajo universitario exigía justificar cada dato, y el texto tiene bastante más de mil notas a pie de pagina. El borrador no estaba tan acabado como creía, porque, para mi desesperación, en muchos casos los textos procedentes de tablillas cuneiformes, cuentos populares o recopilaciones de antropología de campo aparecían sin cita. De los tres volúmenes de aquel borrador sólo pude encontrar dos. Nunca di con el último y más importante, porque contenía las conclusiones finales, además del vínculo de la extensa exposición con la cultura megalítica, que estimo uno de los aportes más importantes de lo que ya he empezado a llamar mi ex-tesis doctoral.

Parte de mi material de trabajo

Algo parecido me sucedió con el CD donde guardaba los archivos de procesamiento de texto en anticuado formato Word Perfect. Encontrarlo después de tantos años fue un milagro, pero de forma incomprensible también faltaban los capítulos finales, así que me vi forzado a escribirlos de nuevo.

Sólo en los últimos compases de la reescritura llegué a hacer un descubrimiento final que creo que convierte el trabajo en una obra redonda. La lectura del Folklore en el antiguo testamento, de Frazer, se convirtió para mí en una nueva puerta de entrada al mundo de los milagros y creo que me condujo a esa extraña soledad que se siente cuando eres el único que lo has comprendido todo, o casi todo. Sí… ser el único desde luego halaga la vanidad, pero también significa que estás solo.

Me encontraba muy motivado cuando este trabajo era o quería ser una tesis doctoral, pero ahora que he decidido publicarlo en forma de libro y por lo tanto sin la la estrechez de miras y los cercos académicos, confieso que me siento liberado. No obstante, desde que comencé con tanta ilusión a estudiar y a redactar, el mundo ha cambiado, o mejor, . se ha banalizado. Hoy leer más de dos párrafos seguidos ya causa una fatiga inasumible al nuevo ciudadano empujado por el afán de lo inmediato, zarandeado por la prisa y más acostumbrado a recibir ideas mediante la imagen másque a a través de la letra, porque es más rápido.

Como abogado he recibido repetidas y muy dolorosas traiciones que sin embargo nunca me impidieron seguir adelante en la defensa de los débiles. Al detenerme a pensar por qué hacía eso, llegué a la conclusión de que no luchaba ni por el dinero, ni por el reconocimiento, ni por esas personas desamparadas que sabía que antes o después de iban a volver contra mí, sino por la idea de la justicia. Lo que hacía no era algo entre yo y mis protegidos, sino entre yo y la idea de justicia, supongo que más o menos en el sentido del imperativo categórico de Kant.

De la misma manera, sé que casi nadie leerá este libro. Y de la misma manera, esto es algo que me importa muy poco. Una vez más, no es se trata de un asunto entre los lectores y yo, sino entre yo y el conocimiento. Nada, absolutamente nada, puede superar el éxtasis que he experimentado con este trabajo, con cada hallazgo, con cada conclusión, y con ello me siento suficientemente pagado.

Dolmen de Soto

Pero si vas a leerlo, te advierto que tus ojos se abrirán y tu consciencia se expandirá. Si vas a leerlo y alguna vez te encuentras delante del dolmen de Soto, en Trigueros (Huelva), lo que verás será mucho más que un túmulo funerario. Verás la concepción del mundo que tenían sus constructores. Si vas a leerlo y visitas la gran necrópolis eneolitica de Los Millares, en Santa Fe de Mondújar (Almeria), comprenderás por qué en esos otros túmulos el pasillo está dividido en tres sectores mediante lajas de pizarra perforadas. Los arqueólogos no lo saben. Los catedráticos no lo saben. Las autoridades no lo saben. Pero tú lo sabrás.

Si has oído hablar de lo que sucedió en el jardín del Edén y estás al tanto de que Dios creó al hombre, al leer este libro entenderás por qué para ello utilizó como materia prima el barro y no otra de las que tenía a mano, como las rocas o la madera. Te garantizo que no hay profesor, catedrático o erudito que conozca la respuesta. Pero tú la conocerás.

José Ortega

UN PASEO POR EL PUEBLO

@abogadodelmar

Vengo de hacer la compra (aprovechando que aún hay comida en los supermercados, aunque no sé por cuánto tiempo). Por la otra acera y en mi misma dirección avanza una joven cajera de ese mismo establecimiento. Lleva dos bolsas con provisiones y a pesar de eso mientras camina está mirando la pantalla de su teléfono. Esta chica tenía un aspecto agradable hasta que decidió teñirse su negro pelo de blanco platino. Le queda peor que mal, pero esto es según mi criterio y no tiene por qué ser acertado. El caso es que la muchacha va mirando su móvil, que sujeta con la mano derecha al mismo tiempo que una de las dos bolsas. Sin duda lo que sucede en su mundo virtual compensa el sobreesfuerzo de ese bíceps.

Más adelante contemplo un espectáculo más qué raro . Un padre está jugando al fútbol con su hijo en la calle soleada. Apenas puedo dar crédito a mis ojos y sin embargo está ahí, delante de mi. No es realidad virtual. No es inteligencia artificial. Tampoco es un holograma. Pero esto no va con los tiempos y desde luego me reconcilia con la humanidad y me empuja a creer que hay esperanza. Padre e hijo no lo saben pero eso que hacen va contra el sistema.

Y eso no es todo. Hace unos días mi corazón se ensanchó y mis ojos casi se llenan de lágrimas al comprobar que en el tren de cercanías había una persona que NO estaba mirando su móvil. Y si me pedís más hay más. En el viaje de vuelta un hombre no sólo no miraba su teléfono sino que estaba leyendo un libro. s fijos en él. Estaba pasando las páginas. Era real. Bien es cierto que no se trataba de un joven, pero incluso así todas estas experiencias alimentan mi fe en el ser humano y me doy cuenta de que a pesar de las apariencias no todo está perdido.

MODELO DE LEGACIONES CONTRA TRATADO DE PANDEMIAS

Lo escribí hace un año y olvidé publicarlo por exceso de lio

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AL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES

……………………………………………………………………………………………………….…. , mayor de edad, con domicilio en ……………………………………………………….. y DNI núm……………….…, comparezco y como mejor en derecho proceda DIGO:

Que, siendo consciente de que se está negociando en el seno de la OMS un nuevo tratado para la prevención de futuras pandemias, en base al artículo 133.2 de la Ley de procedimiento administrativo común de las Administraciones Públicas, formulo las siguientes

ALEGACIONES

PRIMERA.— El artículo 133.2 de la Ley de procedimiento administrativo común de las Administraciones Públicas regula la participación de los ciudadanos en el proceso de elaboración de normas con rango de ley y reglamentos.

Teniendo en cuenta que las prevenciones del tratado de Viena sobre derecho de los tratados obligan al cumplimiento de lo suscrito en éstos últimos, los tratados ostentan una jerarquía normativa superior incluso a la Constitución. Por lo tanto, la naturaleza jurídica del instrumento de ratificación del futuro tratado tendrá será no ya de norma con rango formal de ley, sino de rango muy superior. Ello torna aún más importante que, llegado el momento, el gobierno someta el instrumento de ratificación a la consulta prevenida en el precepto meritado.

El presente escrito de alegaciones se anticipa a la futura convocatoria pública por razones prácticas y con base en el principio de participación de los ciudadanos en los asuntos públicos, que constituye uno de los pilares fundamentales de todo Estado democrático.

SEGUNDA.— En apariencia el futuro nuevo tratado asignará o podrá asignar a la OMS poderes ejecutivos y capacidad para dictar medidas de obligado cumplimiento por los ciudadanos.

Los siguientes pasajes han sido extraídos de la web oficial de la UE en la siguiente URL:

https://www.consilium.europa.eu/es/policies/coronavirus/pandemic-treaty/

“…un marco sanitario internacional más sólido, con la OMS como autoridad coordinadora mundial de las cuestiones sanitarias”

El pasaje permite apreciar la intención de los negociadores de asignar a la OMS poderes ejecutivos.

La supervisión de los riesgos, y en particular el intercambio de conocimientos sobre nuevas enfermedades infecciosas que se propagan de los animales a los seres humanos, es fundamental para la prevención de futuras pandemias.”

El postulado parece dar por cierto que la enfermedad provocada por COVID 19 es un proceso infeccioso causado por un agente patógeno que habría migrado desde un animal, sea éste murciélago, pangolín u otro. Pero no sólo no se ha demostrado la pretendida migración. Tampoco que el COVID 19 sea una enfermedad infecciosa, como se verá.

El acuerdo garantizaría una mayor transparencia, una mayor obligación de rendir cuentas y una mayor responsabilidad compartida del sistema internacional.

Además, sentaría las bases para mejorar la comunicación e información a los ciudadanos. La información errónea constituye una amenaza para la confianza de la opinión pública y podría socavar las medidas de salud pública. Para recuperar la confianza de los ciudadanos deben establecerse medidas concretas que mejoren el flujo de información fiable y exacta y hagan frente a la información errónea a escala mundial”.

El más que ominoso y más que siniestro y totalitario pasaje en negrita alude a esa corriente de opinión calificada despectivamente como negacionismo, que pone en duda la existencia del virus COVID 19, la eficacia y seguridad de las vacunas y otros contenidos del discurso oficial y de lo que podríamos llamar la verdad única impuesta por todas las estructuras de poder. Se trata de la verdad única que rechaza cualquier debate científico abierto y libre, que se empeña en la existencia de un virus que nadie ha detectado y que insiste en que las vacunas del COVID son la solución a pesar de la cada vez mayor evidencia de que no sólo no inmunizan sino que están causando muertes y enfermedades graves, entre otras las de origen neurologico.

Habrá otras pandemias y otras emergencias sanitarias graves. No nos preguntamos si las habrá, sino cuándo”

La contundencia del pasaje es una invitación, quizá inconsciente, a suponer que la enfermedad atribuida a COVID 19 es la consecuencia de la exposición deliberada de los ciudadanos a un agente tóxico de origen desconocido y quizá fabricado de propósito.

Cuál sea ese propósito no es muy difícil de imaginar si consideramos la obsesiva fijación del multimillonario Don Bill Gates en diezmar a la población mundial porque según afirma los habitantes del planeta Tierra lo somos en número excesivo

TERCERA— La OMS es una organización prácticamente privada que, lejos de promover los intereses generales en materia de salud, busca privilegiar los de sus financiadores privados, especialmente el principal impulsor de la mala llamada “vacuna” del COVID, el multimillonario Don Bill, Gates.

La web oficial de la OMS reconoce, aunque trata de camuflarlo, que su financiación incluye en una proporción muy importante aportaciones voluntarias privadas:

“Las contribuciones señaladas son las cuotas que los países pagan para ser miembros de la Organización. El importe que debe pagar cada Estado Miembro se calcula en función de la riqueza y la población del país.

Las contribuciones señaladas han disminuido como porcentaje global del presupuesto por programas y llevan años representando menos de la cuarta parte de la financiación de la Organización. El saldo se completa con contribuciones voluntarias.

Las contribuciones voluntarias provienen de los Estados Miembros (además de sus contribuciones señaladas) o de otros asociados. En los últimos años, las contribuciones voluntarias representan más de tres cuartas partes de la financiación de la Organización”.

Fuente (web oficial de la OMS): https://www.who.int/es/about/funding

Financiación de la OMS según la web France24:

Fuente: https://www.france24.com/es/programas/salud/20220211-recursos-organización-mundial-salud-influencia

Teniendo en cuenta que la fundación Bill Gates y GAVI son lo mismo, el cuadro acredita que la aportación de este multimillonario impulsor de las vacunas (según ha reconocido de forma explícita en sus charlas) supera Incluso a la de Alemania, como Estado que más dinero aporta.

Es cierto que la OMS declaró la pandemia por coronavirus, pero también lo es que esa declaración se parece mucho al acto de sacar un conejo de una chistera porque nunca se aisló el virus. Así lo reconoce en España el instituto Carlos III cuando afirma no disponer de una muestra para cultivo y así lo reconoce el propio CDC norteamericano.

CDC 2019-Novel Coronavirus (2019-nCoV)

Real-Time RT-PCR Diagnostic Panel

For Emergency Use Only

Instructions for Use

Catalog # 2019-nCoVEUA-01

1000 reactions

For In-vitro Diagnostic (IVD) Use

Rx Only

CDC es un organismo del gobierno de Estados Unidos para el control y la prevención de la enfermedad. Su web en castellano está en

El documento se puede descargar en la siguiente dirección web perteneciente a la FDA:

https://www.fda.gov/media/134922/download

Este texto afirma lo siguiente en su página 39:

“The analytical sensitivity of the rRT-PCR assays contained in the CDC 2019 Novel Coronavirus (2019-nCoV) Real-Time RT-PCR Diagnostic Panel were determined in Limit of Detection studies. Since no quantified virus isolates of the 2019-nCoV are currently available, assays designed for detection of the 2019-nCoV RNA were tested with characterized stocks of in vitro transcribed full length RNA (N gene; GenBank accession: MN908947.2) of known titer (RNA copies/μL) spiked into a diluent consisting of a suspension of human A549 cells and viral transport medium (VTM) to mimic clinical specimen. Samples were extracted using the QIAGEN EZ1 Advanced XL instrument and EZ1 DSP Virus Kit (Cat# 62724) and manually with the QIAGEN DSP Viral RNA Mini Kit (Cat# 61904). Real-Time RT-PCR assays were (…)”

“La sensibilidad analítica de los ensayos de rRT-PCR contenidos en el Panel de diagnóstico de RT-PCR en tiempo real del nuevo coronavirus 2019 (2019-nCoV) de los CDC se determinó en los estudios de límite de detección. Dado que actualmente no hay disponibles muestras aisladas y cuantificadas de virus del del 2019-nCoV, los ensayos diseñados para la detección del ARN del 2019-nCoV se probaron con cepas caracterizadas de ARN de longitud completa transcrito in vitro (gen N; acceso a GenBank: MN908947.2) de título conocido (Copias de ARN / μL) añadido a un diluyente que consiste en una suspensión de células A549 humanas y medio de transporte viral (VTM) para imitar la muestra clínica. Las muestras se extrajeron utilizando el instrumento QIAGEN EZ1 Advanced XL y el kit EZ1 DSP Virus (Cat # 62724) y manualmente con el QIAGEN DSP Viral RNA Mini Kit (Cat # 61904). Los ensayos de RT-PCR en tiempo real (…)”.

CUARTA.— El artículo 15 de la Constitución garantiza el derecho a la vida y a la integridad física y moral. Su artículo 10.2 establece que el catálogo de derechos fundamentales en ella recogido deberá interpretarse de conformidad con la declaración universal de derechos del hombre y demás tratados suscritos por España en materia de derechos humanos. Entre éstos últimos se incluyen el tratado de bioética de Oviedo de 1997 y la declaración universal de bioética de Paris de 2005. Ambos coinciden en afirmar que el individuo no será sometido a tratamiento de ninguna clase, ni siquiera diagnóstico, si no es previo su consentimiento. Igualmente afirman que el interés del individuo deberá prevalecer sobre el interés de la sociedad y el de la ciencia. Todo ello permite concluir que ningún ciudadano puede ser obligado a ser inoculando con la sustancia experimental y de composición desconocida a la que desde las estructuras del poder se empeñan en llamar “vacuna” contra el COVID 19. Primeramente por la razón puramente abstracta de que la inoculación obligatoria sería contraria a los dos convenios de bioética citados, y en segundo lugar porque la evidencia que nos rodea es la de que esa sustancia experimental está causando los estragos ya dichos.

El artículo 1.2 de la Constitución reza así: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” . Más adelante, en la Constitución y en el resto del ordenamiento jurídico, se desarrolla y concreta el contrato social mediante el cual el pueblo español deposita su soberanía en sus representantes legítimamente elegidos como miembros de las Cortes Generales y otros organismos.

En el caso de que el Reino de España decidiera ratificar este posible futuro tratado de pandemias que previsiblemente asignará a la OMS poderes ejecutivos ante una nueva crisis sanitaria global, teniendo en cuenta que la propia ONS será libre para declarar esa futura crisis y que medida estrella que se podría imponer sería la inoculación obligatoria contra los nuevos agentes infecciosos o patógenos (sean éstos reales o imaginarios), y si consideramos que la OMS y el multimillonario Don Bill Gates son prácticamente la misma cosa, sería precisa la reforma del texto constitucional en su citado artículo 1.2, de manera que donde actualmente dice La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, dijera “La soberanía nacional reside en Don Bill Gates (…)”.

Ya es bastante grave que un señor de Somalia que no ha sido elegido democráticamente ni por él compareciente ni por el resto de los ciudadanos llegue a ostentar ka facultad de obligarnos a ser inoculados de cualquier cosa que se les ocurra y con cualquier sustancia que fabriquen las multinacionales de farmacia, pero sí esa misma facultad se le asigna a un multimillonario norteamericano que no hay que decir que menos aún ha sido elegido por el compareciente o por el resto de los ciudadanos.

En su virtud,

SOLICITO: Que el Reino de España NO ratifique el futuro tratado de pandemias al que se refiere el cuerpo de éste escrito.

EL ALIENTO DEL DIABLO

@abogadodelmar

Le costó escapar de las nieblas del sueño, como era habitual. Después de tomar vino, era como sumergirse a plomo en un estanque. Su madre siempre le ponía vino blanco en las comidas y después lo mandaba a dormir mientras se ocupaba de despejar la cocina. Pero su madre ya no estaba. Había muerto, o más bien se había dejado ir, aquel mismo año. Y ahora el vino se lo servía su hermana.

Al despertar, su primer pensamiento no fue de satisfacción porque era Nochebuena, ni de alivio debido a que por fin los días volvían a crecer, ni de agradecimiento porque tenía la vida resuelta. Aquel primer pensamiento suyo no estaba en el guión y en él nada había de belleza. Como si alguien hubiera lanzado a su cerebro aquel recuerdo, a su memoria vinieron las últimas palabras de Ewa. Sus últimas palabras incomprensibles al decirle que lo abandonaba porque había cambiado de opinión. Y cuando él protestó, le dijo, como si la afirmación poseyera una lógica aplastante, que las relaciones se acaban.

Le había dicho también que lo amaría toda vida, pero eso fue cuatro meses antes. Le había pedido que en la siguiente reencarnación no la dejara sola y se había lamentado a menudo de que no se hubieran conocido siendo más jóvenes. Pero todo eso ya no valía.

Ella lo había seducido. Él se había dejado seducir y creyó que el amor sería para siempre. Quería despertar junto a Ewa todos los días de su vida futura, hacerle el desayuno y experimentar esa fuerza poderosa que sentía sólo por estar en su presencia. Pero ella lo había abandonado sin razón aparente salvo que había cambiado de opinión.

Aquel primer pensamiento de la tarde de Nochebuena debió ser obra del diablo porque como respuesta sintió la súbita tentación de hacer algo diabólico, la posible venganza en la que tantas veces había pensado y siempre había rechazado: Enviar las fotos a su marido. Las fotos de Ewa.

Casi podía reconocer ese impulso como algo ajeno a él. De la misma forma que el súbito recuerdo había venido a su mente sin tener por qué, tal como si hubiera sido instalado ahí por el diablo, el imperioso impulso de hacer daño tampoco le pareció que fuera suyo. Pero si fue tan súbito se debía a que aquella venganza sería mucho más sangrienta si la ponía en práctica inmediatamente. Sólo una vez en el año era Nochebuena. Sólo una vez al año los lazos familiares se estrechaban. Sólo en esa boche todos querían ser buenos y se sentían felices y unidos. Esa noche Ewa estaría cenando con su marido y sus tíos. Sólo esa noche podría él atravesar con un cuchillo su corazón y pervertir con saña la paz y el amor familiar. Sólo esa noche podía hacerle el mayor daño. Incluso cuando tiempo atrás había renunciado a hacerlo. Pero aquel primer pensamiento tras la siesta había sido como una copa de veneno y lo estaba precipitando a hacer algo tenebroso e impropio de él. Algo que no estaba en su naturaleza.

Y entonces sucedió.

Aunque tenía el teléfono en silencio, pudo ver que la pantalla se iluminaba con un mensaje. Alma Mar le preguntaba cómo lo iba a celebrar la Nochebuena. Él le confesó la tentación a la que estaba a punto de sucumbir y fue disuadido. No le costó mucho dejarse convencer porque sabía que ella tenía razón.

Dio por hecho que Ewa pasaría una velada armoniosa aunque no muy excitante en la compañía de un marido al que no amaba, salvo como a un hermano, y ajena al riesgo que acababa de correr. Su mejor regalo de navidad no sería un libro, ni una joya ni un perfume, sino aquella paz tediosa que como obsequio le había pasado y siempre le pasaría desapercibido. Nunca sabría lo cerca que había estado de ver cómo su matrimonio se hundía y su vida quedaba hecha trizas. Ni si quiera había llegado a sentir el aliento del diablo, aunque lo había tenido tan próximo.

Pero fue él mismo quien se supo verdaderamente regalado y bendecido. Y en su caso, fue verdaderamente consciente y por eso pudo experimentar verdadero agradecimiento. Nunca olvidaría que en aquella noche tan señalada Alma Mar le había impedido convertirse en demonio.

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José Ortega

MODELO DE DENUNCIA CONTRA LA POLICÍA POR OMISIONES EN MATERÍA DE INMIGRACIÓN

@abogadodelmar


AL JUZGADO DE INSTRUCCIÓN

…….

……..

………

comparecemos y DECIMOS:

Que mediante el presente escrito formulamos denuncia contra el comisario jefe de la policía nacional en Gandía y contra el Subdelegado del gobierno en la provincia de Valencia en base a los hechos y consideraciones siguientes:

PRIMERO.— Actualmente tres bóteles de la ciudad de ……… se encuentran totalmente ocupados por inmigrantes aparentemente ilegales que proceden del continente africano y han entrado en España de forma presuntamente ilegal. La ocupación parece ser de muy larga duración porque estos hoteles han comunicado que no admitirán reservas para los próximos meses.

Se trata de los siguientes establecimientos: …………. …………

Aparentemente el coste de las habitaciones corre a cargo de una ONG cuya identidad se desconoce. Igualmente se desconoce si alguna Administración o algún servicio público está subvencionando a esta ONG o le están siendo repercutidos los gastos derivados de la ocupación. En cualquier caso, es pública y notoria la presencia en la ciudad de docenas de inmigrantes aparentemente ilegales, lo que sugiere una actitud más que irregular de las autoridades encargadas del control de fronteras y de la ejecución de la ley de extranjería y normas complementarias y de desarrollo.

SEGUNDA.— Si bien toda denuncia debe limitarse a poner determinados hechos en conocimiento del juzgado, la singularidad del caso y la alarma social causada en la población de Gandia por los hechos que se denuncian aconsejan hacer extensivo el texto a las siguientes consideraciones adicionales:

Son de aplicación los siguientes preceptos de la ley de extranjería: 

 —Articulo 25.1:    “el extranjero que pretenda entrar en España deberá hacerlo por los puestos habilitados al efecto, hallarse provisto del pasaporte o documento de viaje que acredite su identidad…”.  No parece que los inmigrantes a los que se refiere esta denuncia hayan entrado en España  por puesto fronterizo autorizado.

—Artículo 25 bis.1 : “los extranjeros que se propongan entrar en territorio español deberán estar provistos de visado, válidamente expedido y en vigor, extendido en su pasaporte o documento de viaje o, en su caso, en documento aparte, salvo lo dispuesto en el apartado 2 del artículo 25 de esta Ley”. Aparentemente los inmigrantes a los que se refiere la presente denuncia no cumplen con el anterior requisito.

 —Artículo  53 a),  que  califica de falta grave  “encontrarse  irregularmente en territorio español, por no haber obtenido la prórroga de estancia, carecer de autorización de residencia o tener caducada más de tres meses la mencionada autorización, y siempre que el interesado no hubiere solicitado la renovación de la misma en el plazo previsto reglamentariamente”.

 De la Ley Orgánica 2/1986, de 13 de marzo, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad:

— Artículo once.1: “ Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tienen como misión proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana mediante el desempeño de las siguientes funciones: a) Velar por el cumplimiento de las Leyes y disposiciones generales, ejecutando las órdenes que reciban de las Autoridades, en el ámbito de sus respectivas competencias”. El precepto prohíbe implícitamente que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado falten a su obligación de someter a control y en su caso denunciar a la Autoridad conductas que puedan constituir falta administrativa, como es el caso.

—Artículo doce:

“1. Además de las funciones comunes establecidas en el artículo anterior, se establece la siguiente distribución material de competencias:

A) Serán ejercidas por el Cuerpo Nacional de Policía:

a) La expedición del documento nacional de identidad y de los pasaportes.

b) El control de entrada y salida del territorio nacional de españoles y extranjeros”.

Del Código penal: Su artículo 404, tipificando el delito de prevaricación administrativa como conducta de dictar una resolución injusta a sabiendas 

De la jurisprudencia:  STS 190/1999, 12 de Febrero de 1999, 965/1999, de 14 de junio, Admitiendo la posibilidad de prevaricación por omisión.   Complementariamente, Sentencia del juzgado de lo penal de Bilbao de junio de 2017, que admite la posibilidad de prevaricación por emisión.

Concluimos que la situación descrita obedece a una dejación de funciones de la policía nacional en su obligación de controlar las fronteras e impedir o sancionar las conductas que puedan constituir falta administrativa.  Con toda probabilidad las instrucciones para que la policía incumpla las obligaciones que les impone la ley proceden de la Subdelegación del gobierno y por lo tanto se consideran responsables el comisario jefe de la comisaría de policía de Gandia, que podría haber cometido un delito de prevaricación por omisión al permitir la entrada masiva de ilegales, y el Subdelegadodel gobierno  en Valencia si de la instrucción se desprende que partieron de él las instrucciones. 

 La denuncia se hace extensiva a los fondos económicos que desde cualquier Administración pública puedan haber sido entregados a la ONG que sufraga los gastos de los hoteles.

En su virtud,

SOLICITAMOS AL JUZGADO: Que tenga por formulada denuncia por los hechos que anteceden.

José Ortega

ABOGADO

Derecho de costas marítimas 

Plaza Mariano Benlliure 21 

El Puig, 46540 Valencia

Tf 961471097 fax 961471287