¿QUÉ HACE UNA CHICA COMO TÚ CON UN CHICO COMO ÉSTE?

@abogadodelmar

¿Os habéis sentido alguna vez como un gusano? Yo sí. Y ésta es la breve historia de cuándo, cómo y por qué me sucedió, y también de lo que vino después.

Contar batallitas o trasladar un cotilleo no es precisamente el objeto de esta entrada. Recientemente publiqué en Facebook  un álbum de fotos titulado MUJER SILENCIOSA Y OTRAS. IMAGENES, donde recojo algunas (no muchas) de las fotografías de retratos de mujer que expuse en tiempos tan lejanos como dorados, cuando muchos en aquella ciudad, aunque no me conocieran, sabían que yo era fotografo.

mujer silenciosa
Mi buena amiga Rosama preguntó en un comentario público algo así como si yo no había tenido alguna historia con algunas de mis modelos y como era de esperar contesté que no porque era y sigo siendo muy decente.

Esa respuesta era cierta a carta cabal, lo que no impide que después de la exposición sí que pasara algo.
Tenía yo entonces 25 años y hubo un instante en el que me sentí como un gusano.Ese instante fue aquél en el que me crucé por la calle con dos hombres y una mujer que caminaban en dirección contraria. A los muchachos los conocía de vista y también a ella. Era una mujer de treinta años, tan extraordinariamente hermosa y seductora, con una cara tan dulce y una figura tan esbelta que no había en aquella ciudad de 20000 habitantes un solo portador de testosterona que no suspirase por sus favores. Por eso me sentí como un gusano. Porque aquella mujer era como una especie de ángel que hubiera naufragado en la tierra, y por mero reflejo yo me creía como algo que está por debajo de la nada.
En el curso de aquel otoño, una especie de loca audacia se fue abriendo paso en mí a costa de mi primer sentimiento de insignificancia. Sólo habían pasado dos o tres meses desde mi exposición y me pregunté si quizás aquel ángel caído no accedería a posar para mi.
«Volarás con las alas que hay en tus sueños«, dice una canción que canta mi amiga Verónica Tejero. Y yo también quería volar, más o menos como si el gusano ansiara transformarse en mariposa.

Empecé a mover mis alas el día en que consulté a mi amiga, la señora X, si su amiga, el hermoso ángel de otro mundo, se prestaría a ser mi modelo. Lourdes era y sigue siendo su nombre.
Pues bien, lo que me contestó la señora X fue de una lógica indiscutible: «Pídeselo», me dijo. Pero una cosa era la lógica indiscutible y otra el pedazo de marrón que debía comerme. Sólo quiero llamaros la atención sobre el pequeño detalle de que en aquellos tiempos no había nada que pudiera parecerse a correo electrónico, teléfonos móviles, Whatsapp o Facebook, que tanto facilitan hoy la comunicación. En el tiempo del que estoy hablando era preciso dar la cara.
La señora X me dio el teléfono de Lourdes y la llamé para hacerle la proposición. Me pidió que fuera a su casa para hablar de ello. Recuerdo bien el nombre de la calle y el número del piso donde vivía la hermosa e incomparable Lourdes, y recuerdo aquel momento de temblor en el que por fin me atreví a tocar al timbre.

Me recibió en chandal. Me invitó a pasar y a sentarme en un sofá de color claro. Le expliqué mi propósito y me contestó rápidamente que sí. Recuerdo el fuerte impacto que me causó el último momento de nuestro diálogo, cuando me preguntó, de forma que me pareció particularmente rotunda, casi desafiante:

— ¿Cuándo?

Conseguí, o eso creo, que mi expresión no evidenciara el mundo de sugerencias que aquella pregunta había despertado en mí. Después de fijar una fecha me anunció que se llevaría unos cuantos camisones de raso y yo me marché pellizcándome para comprobar que no soñaba.
Usaba habitualmente música para que las modelos relajaran la tensión, y cuando el siguiente sábado conduje a aquel sueño de mujer a un caserón abandonado, llevaba conmigo un walkman y dentro una casete con el disco que acababa de sacar Serrat. El disco se titulaba Cada loco con su tema, y la canción que puse fue un hermoso y casi insuperable poema dedicado al momento en que se alcanzan los sueños, titulado De vez en cuando la vida. Los más viejos del lugar conoceréis la preciosa letra que canta a las sorpresas inesperadas y dulces que la vida es capaz de proporcionarnos si le da la gana.

Pongo aquí unas pocas muestras de aquella sesión. Proceden de loscontactos (los jóvenes no saben qué es eso) y la calidad es mala con toda intención para que nadie pueda reconocer a Lourdes.

LOURDES EN COCINA fatima 4fatima 5
fatima 1Aclaro que era una mujer casada y tenía un hijo de ocho años, aunque su marido estaba viviendo con otra, y que incluso así seguía siendo un tipo controlador, autoritario y celoso, además de corpulento, que no consentía el menor desliz en su todavía esposa.

Para la debida comprensión de este artículo, y sobre todo de su título, conviene también que explique que en aquella ciudad los poquísimos que me conocían sabían que era un tipo muy serio y responsable que se pasaba los fines de semana estudiando y a quien nunca nadie había avistado en una discoteca. Es por esto que la mayoría de las señoras me querían de yerno: Pensaban que era lo suficientemente soso como para llevar una vida burguesa junto a sus hijas.
David Hamilton, el famoso fotógrafo que rayaba los objetivos de las cámaras con un punzón para conseguir efecto flou y es responsable de esa obra de arte llamada Tendres cousines, escribió que no hay iluminación más bella que la luz que entra por una ventana. Tuve ocasión de experimentarlo fotografiando a mi ángel de belleza incomprensible junto a aquella ventana con marcos pintados de verde que había en la cocina de la casa abandonada.
Después de la sesión nos sentamos en el suelo de la misma cocina, con la espalda en la pared, y conversamos un poco. En aquella época yo siempre llevaba conmigo una libreta de cubiertas negras donde escribía todo lo que me pasaba por la cabeza en el momento. Creo que debí sacarla para escribir algo y supongo que ella me preguntó. Entonces le expliqué lo que era aquella libreta y le leí una de sus últimas anotaciones, relativa a una bonita rubia deAlbacete llamada Sacra, que era prima de alguien que no recuerdo y que había estado conmigo en la playa una noche de aquel verano sin que entre nosotros sucediera nada, pero no por mí voluntad, si me entendéis. El caso es que mi texto terminaba con una frase que decía «…y ella no me besó bajo el cielo estrellado».
Tras leerlo permanecí en silencio y entonces Lourdes, que estaba sentada al otro lado de la habitación, me preguntó: «¿En qué estaba pensando?».
No podría explicar lo que sentí muy dentro de mí ante aquella reacción, porque yo seguía considerándome insignificante a su lado. Vamos, que la hermosisima mujer estaba sugiriendo que la rubia de Albacete se había equivocado y que ella sí me habría besado.
Pues bien, la señora X, la amiga común, estaba muy unida a un grupito de chavales que cantaban y que recientemente se habían atrevido con una versión de Jesucristo superstar. Aquella noche hacían un bolo en una discoteca y me habían pedido que fuera a hacerles fotos. Lourdes también iba a estar presente, lo que me abrió de par en par las puertas de una esperanza loca. Hoy en día se podría glosar lo sucedido ese sábado diciendo que todo fluía, pero en aquel momento ese lenguaje no estaba aún de moda. Y fluía, porque ese sábado conquisté el amor de la mujer a la que todos deseaban y a la que el jueves anterior ni siquiera conocía.
Tengo grabados en mi mente varios momentos especialmente tiernos de aquella noche. Sobre todo cuando el vocalista anunció que el siguiente tema se lo dedicaban al amigo que estaba allí haciéndoles fotos y que se llamaba Pepe Ortega. Y el tema en cuestión no era uno cualquiera, sino la bella canción que me parece que Víctor Jara dedica al Che Guevara.

Cuando terminé con mi trabajo me senté junto a Lourdes y conversamos un poco en la penumbra. Recuerdo el contenido de la conversación y recuerdo que ella estaba asustada porque su marido se encontraba también allí, apostado en la barra, y sobre todo porque cuando nos marcháramos debíamos pasar juntos a un palmo de sus narices, y temía que le diera un ataque de cuernos y armara bronca.
Pero lo hicimos sin novedad y ella quedó admirada, según me dijo, de mi valentía. Al salir dimos un paseo por la playa y fue entonces, bajo aquellas otras estrellas, cuando el ángel de belleza incomprensible, a diferencia de la rubia de Albacete, me besó.
Una noche, en el curso de aquel otoño tan bello y turbulento fuimos a tomar un vino al bar que uno de aquellos amigos que paseaban con ella acababa de abrir junto al mercado municipal. Se extrañó tanto de ver a su atractiva amiga con el tipo menos chic de la ciudad, que dio instrucciones al pinchadiscos para que pusiera aquel tema que dice ¿Qué hace una chica como tú con un chico como éste?
Lo voy a dejar aquí porque lo que pretendo con este artículo no es sacar pecho ni contar un cotilleo como hizo Luís Miguel Dominguin después de estar con Ava Gardner, sino trasladaros un relato maleccionador sobre sueños cumplidos. Sólo añadiré que nos refugiábamos cada noche en la casa que me había dejado mi amigo, el señor Y, y que ella me abrazaba muy fuerte diciendo: «Me quiero meter dentro de ti».

Aparte de eso, dejó constancia de algunos episodios inocentes.

A veces salíamos, pero a otras localidades, para no llamar la atención. En esas ocasiones Lourdes bromeaba diciendo que necesitaba una capucha para esconderse porque fuera cual fuera el local donde entraba conmigo, absolutamente todo el mundo se volvía para mirarla, o más bien debería decir admirarla.

En otras ocasiones dejábamos el coche en una cuneta y yo le leía pasajes de El Señor de los Anillos. Recuerdo bien la noche que me quedé en la carretera y le leí a la luz de un camping gas el relato de Luthien y Tinuviel.

A veces íbamos hacia el sur. A mi me gustaba la costa y conducía hasta cierto pueblo encaramado sobre una colina. Tengo el mal hábito de conducir con la cabeza ladeada. Aquella noche me corrigió la postura diciéndo «no quiero que cuando seas mayor padezcas de las cervicales«. Recuerdo esto porque ya soy mayor.
Sólo duró tres meses y terminó por motivos que no vienen al caso cuando ingresé en la Escuela Naval Militar.

Una vez el hermano del abogado con el que tenía la desgracia de trabajar entonces me pidió que contara cosas de mi relación con Lourdes, que por lo visto estaba despertando mucha curiosidad popular. Cuando le contesté que de mí no iba a salir nada, recibí aplausos la esposa británica del abogado, que era modelo internacional y también había posado para mi.

En todos estos años no había vuelto a saber de Fátima. aunque conservo la carta que me envió a la Escuela Naval comunicándome que todo había terminado.

Acude a mi memoria la Oda a la inmortalidad , el hermoso poema de Willian Wordswort, en el pasaje inmortalizado por Elia Kazan en su producción de 1961, con Natalie Wood y Warren Beaty bajo el título Esplendor el la hierba:

Aunque ya nada pueda devolver

El tiempo del esplendor en la hierba

Y la gloria en las flores,

No hay que afligirse

pues la belleza permanece en el recuerdo,

Creo que ha pasado el tiempo suficiente para hablar de este episodio de mi vida. Es como cuando se desclasifican documentos secretos.

Hay hombres que pierden su virginidad con una amiga, una novia ocasional o incluso una prostituta. En unos casos serán mujeres bellas y en otros más corrientes, pero en todo caso seres terrenales. Yo entregué la mía no a una mujer, sino a un ángel cuya belleza aún me conmueve.

Si ahí afuera hay alguien que aun crea que la palabra imposible significa algo en realidad, sugiero que revise sus convicciones.

¡Suerte con vuestros sueños!

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Ítem más, digo que muchos años después el destino me trajo de vuelta a la divina Lourdes, que incluso en la lejanía me conforta con su amistad.

Es bonito leer lo que me escribió recientemente, «yo siempre te he llevado en mi corazón aunque terminásemos mal»

Ojalá todas las historias de amor tuvieran este final.

José Ortega

Un comentario en “¿QUÉ HACE UNA CHICA COMO TÚ CON UN CHICO COMO ÉSTE?

  1. Bonita y apasionada historia de juventud en la que las emociones se desbordan.
    Probablemente ya eras una mariposa y Fátima hizo que te reconocieses.

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