BALADA TRISTE DE LOS COCEDORES

Hace mucho, mucho tiempo se celebró en la escuela de FP de Aguilas un debate sobre la posible urbanización de Cuatro Calas, que agrupa las de la Carolina, la Higuerica, los Cocedores, y una más que no recuerdo, quizá Mátalentisco.

El abogado con el que tenía la desgracia de trabajar entonces me pidió formar parte de la mesa, en la que estarían él y algunas otras personas, entre ellas el concejal de urbanismo. Cuando la sala estaba llena me animó a caminar junto a él hasta la mesa en cuestión, pero no lo hice. Yo tenía 24 años y mi preocupación por el medio ambiente no era ningún secreto, pero no conocía la política local y la discusión estaba destinada a ir de eso. No sé y nunca sabré si la insistencia del abogado fue un intento de dejarme mal, puesto que considerando lo que allí se tenía que discutir, era muy probable que me hubiera convertido en un polemista mudo. Lo digo porque en aquellas fechas lo había sorprendido hablándole de mí al juez, y no muy bien. Lo escuché por la ventana mientras estaba a punto de entrar en el juzgado. Le estaba diciendo, y era falso, que yo le había confesado haber llegado tarde a no sé qué comparecencia o no sé qué invento porque me había quedado dormido. Por razones que no vienen al caso, él estaba interesado en que yo proyectara la imagen de un joven incompetente porque su propósito era expulsarme del pueblo. Y efectivamente me fui. Sólo gracias a ese cambio de escenario mi vida profesional adquirió cierta relevancia.

El desarrollo de los debates efectivamente confirmó como un acierto mi decisión de quedarme a escuchar como público, porque todo lo que se habló fue sobre constructores, promotores y políticos de la localidad a los que no conocía. Las leyes de protección del medio ambiente, que sí me eran familiares, ni siquiera salieron a relucir y sentí un gran alivio por haberme librado del ridículo de convertirme en el monigote silencioso de la reunión. Aquel hombre que con tanta saña había vertido basura sobre mí en el despacho del juez y en privado, creo que se quedó con las ganas de despedazarme en público y sin tener que decir una sola palabra desfavorable sobre mí.

De la conversación sólo recuerdo que el proyecto quería promoverlo un grupo de cuarenta ciudadanos de Aguilas entre los que curiosamente se encontraba el propio concejal de urbanismo. Cuando alguien del público le preguntó si la iniciativa no era incompatible con su cargo, respondió que no, porque él estaba en el asunto como ciudadano y no como concejal (😳).

Cala de los Cocedores

El caso es que el entorno de las cuatro calas es un paraíso natural y en esa época era (y sigue siendo) un símbolo de las delicias naturales, especialmente los Cocedores. El terreno es de arenisca arcillosa, donde la erosión ha generado formas extrañas y donde los antiguos excavaron cuevas artificiales con habitaciones, pasillos y ventanas valiéndose sólo de un cuchillo. Pero entre la Carolina y los Cocedores se interpone un macizo duro de origen volcánico llamado el Cabezo Negro. La joven madrileña de la que me había enamorado en uno de aquellos veranos llamaba “la cornisa” al espacio horizontal y rocoso que había a su pie. Ella solía visitarlo y yo también. En invierno, cuando el lugar permanecía desierto, agarraba el coche y me ponía a deambular por la cornisa en busca de cangrejos, caracoles y lapas.

Los Cocedores

Fue los Cocedores la primera playa que visité durante mi primer verano en Aguilas. Quizá por eso, cuando practicaba el savasana o postura en yoga llamada “del cuerpo muerto” y, tras relajar todos los músculos, y dejaba mi mente volar hacia el lugar donde me encontrase más sereno y feliz, me imaginaba bajo el sol de los Cocedores.

Y como desde el principio fui seducido por el paisaje de Aguilas y recibí inspiración de él, no tardé mucho en escribir un guion de cine llamado Reencuentro, en el que las cuevas artificiales de los Cocedores son localizaciones muy principales. Poco después elegí una de esas cuevas para la grabación de mi mediometraje El viaje, donde Juana Ruano consintió en hacer el papel de bruja que inicia a la protagonista en los misterios. Más tarde situé en esas mismas cuevas el decorado de mi novela La piedra resplandeciente, sobre la Edad del Bronce en Aguilas, y también elegí el paraje para grabar algunas secuencias de mi serie documental sobre prehistoria Génesis.

Cuevas artificiales de los Cocedores

En los tiempos en los que vivía aquí, visitaba constantemente la cala y una vez, junto a mis amigos J.M.y E., me decidí a limpiar las cuevas despejándolas de los frondosos arbustos que dificultaban su acceso. Tras la sudada mañanera vino un baño más que reconfortante en esas mismas aguas.

El autor de este artículo dispuesto a meterle mano a un arbusto

Me sorprendió, pero consideré un acierto casi mágico, que la película Camino asignara a los Cocedores un papel simbólico de tan alta importancia. En esa historia, mi playa se identifica con un estado emocional perfecto y se nos propone como la idealidad, de igual forma que yo utilizaba el entorno para situarme mentalmente en él durante el savasana buscando la beatitud.

J.M. y E. en tareas de limpieza

Hubo uno o dos veranos en los que el entusiasmo popular se desbordó de forma no muy conveniente y los alrededores de la Carolina y los Cocedores se llenaron de tiendas de campaña de tamaño familiar hasta el extremo de confundirse con un campamento de refugiados insalubre. Por suerte no duró.

Desde el interior de una de las cuevas en diciembre de 2020

Ayer he vuelto después de mucho tiempo. Tenía la intención de grabar algunos pasajes de vídeo para un book trailer sobre la Piedra Resplandeciente, pero no he podido. Cerca de cien autocaravanas formaban un nuevo campamento fuera de control en la trasera de los Cocedores y sobre la pequeña meseta que domina la Carolina. Niños rubios montaban en bicicleta y gritaban en inglés, francés y alemán. Uno ha estado cerca de arrollarme mientras conducía mirando atrás para grabar a sus pequeños amigos con una gopro.

Campamento de autocaravanas

Cuando vas en busca de tus recuerdos y estás impaciente por recuperar el antiguo bienestar, cuando esperas reencontrarte con esa soledad silenciosa tan añorada, cuando te has plantado en el viejo lugar convencido de que la historia es entre el lugar y tú, entre el paisaje y tú, entre el mar y tú, y te encuentras con esa aldea sobre ruedas, sientes que te han robado algo.

Campamento de autocaravanas

Cierto, la urbanización de Cuatro Calas nunca se convirtió en realidad. El peligro pasó, pero el lugar ha sido igualmente privatizado y me he sentido como un extraño, un hombre blanco que penetrara sin permiso en una reserva Sioux.

Esta situación, no obstante, ya la adelantó Nietzsche cuando escribió, como para burlarse un poco, que el poeta cree que la naturaleza está enamorada de él.

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