EL ALIENTO DEL DIABLO

@abogadodelmar

Le costó escapar de las nieblas del sueño, como era habitual. Después de tomar vino, era como sumergirse a plomo en un estanque. Su madre siempre le ponía vino blanco en las comidas y después lo mandaba a dormir mientras se ocupaba de despejar la cocina. Pero su madre ya no estaba. Había muerto, o más bien se había dejado ir, aquel mismo año. Y ahora el vino se lo servía su hermana.

Al despertar, su primer pensamiento no fue de satisfacción porque era Nochebuena, ni de alivio debido a que por fin los días volvían a crecer, ni de agradecimiento porque tenía la vida resuelta. Aquel primer pensamiento suyo no estaba en el guión y en él nada había de belleza. Como si alguien hubiera lanzado a su cerebro aquel recuerdo, a su memoria vinieron las últimas palabras de Ewa. Sus últimas palabras incomprensibles al decirle que lo abandonaba porque había cambiado de opinión. Y cuando él protestó, le dijo, como si la afirmación poseyera una lógica aplastante, que las relaciones se acaban.

Le había dicho también que lo amaría toda vida, pero eso fue cuatro meses antes. Le había pedido que en la siguiente reencarnación no la dejara sola y se había lamentado a menudo de que no se hubieran conocido siendo más jóvenes. Pero todo eso ya no valía.

Ella lo había seducido. Él se había dejado seducir y creyó que el amor sería para siempre. Quería despertar junto a Ewa todos los días de su vida futura, hacerle el desayuno y experimentar esa fuerza poderosa que sentía sólo por estar en su presencia. Pero ella lo había abandonado sin razón aparente salvo que había cambiado de opinión.

Aquel primer pensamiento de la tarde de Nochebuena debió ser obra del diablo porque como respuesta sintió la súbita tentación de hacer algo diabólico, la posible venganza en la que tantas veces había pensado y siempre había rechazado: Enviar las fotos a su marido. Las fotos de Ewa.

Casi podía reconocer ese impulso como algo ajeno a él. De la misma forma que el súbito recuerdo había venido a su mente sin tener por qué, tal como si hubiera sido instalado ahí por el diablo, el imperioso impulso de hacer daño tampoco le pareció que fuera suyo. Pero si fue tan súbito se debía a que aquella venganza sería mucho más sangrienta si la ponía en práctica inmediatamente. Sólo una vez en el año era Nochebuena. Sólo una vez al año los lazos familiares se estrechaban. Sólo en esa boche todos querían ser buenos y se sentían felices y unidos. Esa noche Ewa estaría cenando con su marido y sus tíos. Sólo esa noche podría él atravesar con un cuchillo su corazón y pervertir con saña la paz y el amor familiar. Sólo esa noche podía hacerle el mayor daño. Incluso cuando tiempo atrás había renunciado a hacerlo. Pero aquel primer pensamiento tras la siesta había sido como una copa de veneno y lo estaba precipitando a hacer algo tenebroso e impropio de él. Algo que no estaba en su naturaleza.

Y entonces sucedió.

Aunque tenía el teléfono en silencio, pudo ver que la pantalla se iluminaba con un mensaje. Alma Mar le preguntaba cómo lo iba a celebrar la Nochebuena. Él le confesó la tentación a la que estaba a punto de sucumbir y fue disuadido. No le costó mucho dejarse convencer porque sabía que ella tenía razón.

Dio por hecho que Ewa pasaría una velada armoniosa aunque no muy excitante en la compañía de un marido al que no amaba, salvo como a un hermano, y ajena al riesgo que acababa de correr. Su mejor regalo de navidad no sería un libro, ni una joya ni un perfume, sino aquella paz tediosa que como obsequio le había pasado y siempre le pasaría desapercibido. Nunca sabría lo cerca que había estado de ver cómo su matrimonio se hundía y su vida quedaba hecha trizas. Ni si quiera había llegado a sentir el aliento del diablo, aunque lo había tenido tan próximo.

Pero fue él mismo quien se supo verdaderamente regalado y bendecido. Y en su caso, fue verdaderamente consciente y por eso pudo experimentar verdadero agradecimiento. Nunca olvidaría que en aquella noche tan señalada Alma Mar le había impedido convertirse en demonio.

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José Ortega

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