LA ESTRELLA DE NIETZSCHE Y EL ETERNO RETORNO

@abogadodelmar

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Es preciso llevar dentro el caos para parir una estrella, escribió Nietzsche sugiriendo que del orden pulcro y preciso nada verdaderamente nuevo puede brotar. Este pensamiento puede conducir a muchas reflexiones por muchos caminos, todos distintos. Una de ellas remite a la psicología del escritor. Cuando yo tenía poco más de veinte años y me impacientaba en mi ansia por escribir una novela, alguien más viejo y sabio que yo me hizo saber que normalmente nadie está preparado para ello antes de los treinta. El motivo es simple: Con veinte o veinticinco tu biografía ha discurrido por carriles predeterminados y para ser capaz de crear una historia que tenga sentido es preciso haberse dado de guantazos con la vida. La imagen de borracho y putero de Henry Miller como un cierto prototipo, muy bien aceptado, de escritor, resulta ser simple desarrollo de aquella idea y remite al escritor como peregrino en busca de su propio lado oscuro. Estar en contacto con ese magma incandescente, incontrolable y desconocido del caos interior es requisito innegociable del acto creador.

F. Nietzsche

F. Nietzsche

No obstante, como me suele suceder, a mí el pensamiento de Nietzsche me conduce sin remedio al mito y en concreto al mito de la creación. De hecho, lo utilicé como cita en mi documental Retorno al país de la penumbra, donde expuse mi punto de vista sobre el significado simbólico de las fiestas de carnaval.

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Veréis, yo soy una especie de antropólogo oficioso y algo maldito que se quedó fuera de lo que desde fuera podríamos llamar el paraíso universitario (donde se supone que te pagan por estudiar) pero que ha sabido usar ese ostracismo para leer, buscar, encontrar, pensar y concluir sin el abrazo de oso del orden académico, que puede ser muy esterilizante. Y así fue cómo llegué a las deducciones siguientes.

Todo el mundo tiene una idea fija de en qué consiste el carnaval, aunque esa idea ha sufrido un proceso de deformación histórica y si se quiere espacial: Del mismo modo que tendemos a creer que la fiesta de Halloween procede de Estados Unidos, cuando en realidad se trata de una celebración irlandesa que hizo un viaje de ida y vuelta por las aguas del Atlántico (quiere decir que la llevaron al nuevo continente los emigrantes irlandeses, cuajó en las colonias y regresó a Europa de la mano del imperialismo cultural norteamericano), así también tendemos a pensar que el carnaval está relacionado con mulatas en tanga que son víctimas de un tic nervioso en las caderas mientras permanecen subidas a unas carrozas muy majas allá por Brasil o si acaso por Tenerife.

Pues no: el carnaval es una antiquísima celebración rural europea cuya esencia consiste en la escenificación de un desorden intencionado a base de la supresión de las reglas, la inversión de los sexos y la disipación de los roles sociales. Los disfraces del carnaval tienen por claro objeto borrar nuestra identidad social para proporcionarnos otra indeterminada, no reglamentada e imprevisible. La supresión de las normas deja temporalmente en suspenso tanto la moral individual como el derecho social en favor de una espontaneidad y una libertad que carecen de límites.

Mirad esos borrachos que saltan locos de contento en mitad de los fríos de febrero y preguntaos a qué obedece todo eso ¿Qué hay en el ambiente, en el paisaje, en el cielo o en el calendario que puede justificar esa excitación ritual tan marcada en todos los pueblos de la vieja Europa? Las fiestas locales suelen ser en verano, en los tiempos de la cosecha ¿A qué pues desafiar al frío, la nieve y los cielos helados para entregarnos a una fiesta loca en la calle, en pleno invierno, en lugar de quedarnos pegados a la estufa como cabía esperar? La respuesta siempre ha estado a la vista, sólo que no sabemos verla.

El padre de la Historia de las Religiones, Mircea Eliade, acuñó el término eterno retorno para referirse al concepto primitivo según el cual la historia es cíclicamente repetida y el mundo es una y otra vez recreado. La historia es circular. El mundo vuelve a nacer cada año.

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En este contexto del eterno retorno, no podemos comprender qué significa el carnaval sin antes reparar en el extraño desplazamiento en el calendario sufrido por la fiesta de año nuevo. En la Edad Media un rey piadoso aunque impertinente tomó la decisión de celebrar esta fiesta el 31 de diciembre sólo para proporcionar más realce a la de la natividad del Señor. Pero el año nuevo no es el 31 de diciembre y las fiestas de esa noche desde luego son protagonizadas por autómatas que han perdido el contacto con su propia esencia colectiva y que sufren uno de los peores males que podemos sufrir como grupo, que es no saber por qué hacemos las cosas, en este caso soplar un matasuegras y coger una cogorza sólo debido a que así lo hace todo el mundo.

Es con el romper de la primavera cuando la vida renace y el mundo es recreado. Por tanto, es con el romper de la primavera cuando nos llega el año nuevo. El frío se disipa, los hielos se marchan, la nieve se funde, los ríos crecen, los campos florecen, los nidos aparecen llenos de polluelos y todo se renueva. Es en ese momento, sólo en ése, cuando nace el mundo y cuando sus hijos tenemos motivos para expresar de forma colectiva y ritual nuestra alegría en unos actos que son o deberían ser una fiesta de la vida. A-ki-til llamaban a esta fiesta de la primavera en Babilonia. El nombre significa la fuerza que hace vivir al mundo y con esto queda dicho todo: Hay un poder invisible e irresistible al que nos confiamos, que obliga a que la vida nazca de nuevo una y otra vez.

Hemos perdido las raíces, la conexión con el pasado y todo lo que nos hacía dignos y fieles vástagos de la tierra, del cielo y de los astros. Pero si somos capaces de ver que el año nuevo no es en diciembre, sino en el inicio de la primavera, seremos también capaces de entender el significado de esa festividad tan acendrada que llamamos el carnaval: Su propósito es escenificar el caos primitivo que precedió a la creación. El caos informe, sin reglas, sin roles sociales, sin identidades individuales, la expresión de la nada que con más fidelidad somos capaces de escenificar, en los fríos de febrero. El nacimiento del mundo, el orden, las reglas, la estructura, la individualidad, el crecimiento, al mes siguiente, en marzo, cuando la primavera desciende sobre la tierra.

Uno de los textos mesopotámicos más conocidos es el llamado Enuma Elis. Recibe este nombre de sus primeras palabras, que significan “cuando en lo alto…” y que aluden a los remotos momentos previos a la creación del mundo. En aquel universo pendiente de definir habitaban dos monstruos llamados Apsu y Tiamat, que representaban  el caos, el desorden, la pasividad y la inercia, el universo sin historia y sin movimiento.

Cilindro sello representando el combate de Marduk conta Apsu y Tiamat

Cilindro sello representando el combate de Marduk conta Apsu y Tiamat

Este mundo fue sacudido por la aparición de una generación de dioses jóvenes deseosos de movimiento y actividad. Capitaneados por Marduk, libraron un combate contra Apsu, Tiamat y Kingu, su paladín, y prevalecieron sobre ellos. Sólo mediante el sacrificio de estos seres ancestrales informes, patronos del caos, promotores de la pasividad y encarnaciones de la nada, nacieron el tiempo, la historia y el mundo tal como lo conocemos. Éste fue un verdadero acto de creación, basado sobre la muerte de lo antiguo, tal como vemos también en la mitología nórdica cuando el mundo es creado sobre el cadáver del gigante Ymir.

¿No seremos capaz de aplicar esta metáfora a la realidad?

Nuestro propio mundo, controlado por unos gobernantes en los que ya nadie cree porque sus hilos de marioneta se han hecho visibles, está a punto de transformarse en ruinas. Amenazan el caos, el desorden, la inversión de roles y otras cosas, pero ahora no se trata ni de un juego, ni de una simulación, ni de un ritual colectivo, sino de uno de esos momentos en los que la historia se fractura formando una grieta de la que algo nuevo ha de brotar. Temblar ante la incertidumbre que se avecina es apropiado, pero ese temblor es lo que proporciona carta de naturaleza al fenómeno, puesto que indica que es de verdad.

No, no nos encontramos ante las divagaciones beodas de un escritor hasta las cejas de absenta en busca de un relato, ni ante la certeza que produce la repetición con la que se celebra colectivamente la incerteza, ni ante el brillante pensamiento de un filósofo alemán capaz de sintetizar un discurso en una frase: Se trata de algo que va a suceder en verdad. El mundo va a volver a ser creado.

En las gargantas, en la manos, en las intenciones, en el ánimo, en las esperanzas, en las ansias de todos esos jóvenes, adultos y ancianos indignados, la estrella de Nietzsche está tomando nuevamente forma.

José Ortega

3 comentarios en “LA ESTRELLA DE NIETZSCHE Y EL ETERNO RETORNO

  1. José, me atrevo a hacer unas puntualizaciones sobre tu frase: “Nuestro propio mundo, controlado por unos gobernantes en los que ya nadie cree porque sus hilos de marioneta se han hecho visibles, está a punto de transformarse en ruinas”:

    – No son los gobernantes precisamente los que controlan nuestro mundo, pero de hecho sí que se sigue creyendo que lo son. A las colas ante las urnas me remito.

    – Sus hilos de marioneta se han hecho visibles, pero sólo para una minoría, no para la mayoría (los votantes), y de esas minorías que los ven, a su vez sólo a una minoría parece interesarles quiénes mueven esos hilos, porque el resto sigue alimentando su poder sin querer saber quiénes son, y sin querer saber que los están engordando.

    – Nuestro propio mundo es ya una inmensa ruina, pero además, es irrecuperable, a juzgar por la intención mayoritaria de retomar los parámetros y mecanismos anteriores a la mal llamada crisis, que es de hecho un colapso total.

    • Estoy de acuerdo en todo, pero no sé si has entendido el sentido de ruina al que yo me refiero, asociado al caos.
      Esto no es nada. Esto es una calamidad ordenada. La ruina-caos en la que yo pienso es el desorden total, sin gobierno, ni policía, ni alimentos, ni suministros, ni calefacción, ni adsl ni nada parecido.

      • Sí, lo he entendido, y desgraciadamente veo la irreversibilidad del caos, debido precisamente a lo que digo en las puntualizaciones. Creo que son las claves de la irreversibilidad. Siempre he querido pensar en que estaríamos a tiempo de hacer una regeneración de forma civilizada a largo plazo si fuéramos capaces de ver la realidad tal y como es, no como nos la quieren hacer ver. Porque no es tan difícil saber a quiénes nos enfrentamos, y recursos para enfrentarnos tenemos, sólo haría falta común acuerdo y voluntad para ello. Pero claro, al mirar alrededor, inmediatamente percibo que no es más que una quimera. No queremos tirar de los hilos para ver a los titiriteros y destrozarles el teatro de forma racional: no comprando la entrada para asistir a su espectáculo.

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