LAS SOMBRAS DE VILLA EXCELSIOR

@abogadodelmar

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Fue en los dos mil cuando un amigo me llevó a una zona especialmente señorial en las afueras de Luarca. Recuerdo la impresión de misterio indefinido, de brumosa leyenda y de irresistible atractivo de aquellos viejos muros, de aquellas arcadas grises y de aquella cúpula de bronce rematada en un pararrayos. Esa misma tarde mi amiga Úrsula me comentó que su hija adolescente se había colado con sus amigos de forma clandestina en el caserón, y me regaló una foto. Había y hay algo secreto y sugerente alrededor del palacio. Algo inconcreto también. Algo que parececiera que espera a ser desvelado.

Yo acababa de terminar un guión de cine titulado EL CAMINO AL PARAISO y buscaba localizaciones. Necesitaba un caserón y aquel palacio desbordaba todo lo que yo había podido imaginar. Villa Excelsior es su nombre. Levantado por un indiano que hizo fortuna en el siglo XIX con una marca de tabaco de ese nombre. Fue construido en 1912 y por lo tanto acaba de cumplir 101 años.

Mi etapa en el cine se acabó. La vida no es una, sino varias. Está hecha de fases y cuando una de ellas concluye,  es mejor dejarla marchar sin resistencias. Acepté dejar atrás mis tres películas como coproductor y mis tres series documentales para televisión y entré en una nueva aventura no menos excitante que la anterior.

Aquellos cuatro guiones de cine que escribí en los dos mil se transformaron en novelas en esta década. Es un caso peculiar que una película se vuelva novela. Normalmente sucede al contrario, pero éste era mi viaje y esto es lo que quise hacer, y disfruté haciéndolo.

Cuando trabajaba en el cine hacía a menudo esta misma reflexión: Poner en pie una película o escribir una novela es lo mismo, todo se reduce a contar una historia. Y sin embargo qué diferencia en los requisitos y condiciones. El cine es caro e interdependiente. Se trata de un trabajo en equipo donde no importa que alguien cumpla bien su tarea si los demás no hacen lo mismo. La literatura es un acto barato e individual. Lo mismo que puedes contarle al público con un equipo de cuarenta personas, un presupuesto de dos millones de euros y mucha incertidumbre, puedes contarlo con un ordenador y una taza de café. La realidad es que cuando dejé las películas me sentí liberado y me entregué vamos a decir a mí mismo para reescribir esas historias sin tener que pensar en la financiación o en los problemas de producción.

Este mismo sentimiento de liberación es el que experimenté el pasado domingo cuando me planté nuevamente ante los muros de Villa Excelsior con mi amigo José Pedro (cuya hija adolescente también había cumplido con el rito de entrar en la villa sin permiso y también había percibido algo) y con Úrsula. Ya no necesitaba trasladar allí a un equipo de cuarenta personas. Podía plegar el palacio y llevármelo conmigo para recrearlo en mi imaginación y reelaborarlo con mis palabras.

EL CAMINO AL PARAISO es una historia intimista sobre algo que sucede a un profesor experto en La Divina Comedia, pero desde este pasado domingo será también la leyenda de Villa Excelsior.

José Ortega

 

 

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